El amor tiene precio
Un árbol me
plantaste en la parcela más profunda de ti, donde los dedos no alcanzan a tocar,
ni los extraños consiguen ver, como si fueran ciegos, pero que yo observaba cada
día, en pleno desarrollo, sangre y fuego. Proliferaba en verde, dilatándose,
vertical y a través, por alma y cuerpo, cada hoja leve, júbilo y caricia, cada
dos ramas, un abrazo estrecho. Se nutría del flujo de mis venas, y ondulaba a la
brisa de mi aliento. Era como otro yo, desarrollándose dentro de ti, poblando
tus adentros. Fue la mejor etapa de mi vida, porque estaba en tus sueños más
íntimo y vibrante que en la fiera anarquía de tu lecho. No fui yo ajeno a riesgo
y contingencia, conocedor del péndulo del tiempo, de los tropiezos del amor, que
tanto se nos presenta irreversible, eterno. Olvidamos que el hacha está a la
vuelta de la esquina, y seguimos sonriendo. Los años ya han limado las aristas
de desengaño, ausencia, sufrimiento, y se entiende la vida en su contraste de
avance y retroceso. Subí al Monte Tabor, tuve el Calvario, y fui resucitando.
Pagué el precio que todo amor exige, y lo repetiría, sin dudar, de
nuevo.
Los Angeles, 16 de
septiembre de 2012