CIUDAD DEL VATICANO - El papa Juan Pablo II expresó ayer su deseo de que el beato Carlos Manuel Rodríguez se convierta en modelo de santidad para todos los puertorriqueños.

"Que su ejemplo ayude a toda la Iglesia en Puerto Rico a ser fiel, viviendo con coherencia los valores y los principios cristianos recibidos en la evangelización", dijo el Sumo Pontífice durante la homilía de la misa en la que Carlos Manuel, un obispo y tres religiosas fueron declarados beatos.

Juan Pablo II destacó que el primer beato puertorriqueño, cuya estampa o afiche gigante se descubrió ayer en la fachada de la Basílica de San Pedro, frente a una multitud que alcanzó las 60,000 personas, puso de relieve la importancia de que todo cristiano reconozca que está llamado a la santidad, y que su respuesta debe ser "consciente y responsable".

"Su fecundo y generoso apostolado consistió principalmente en esforzarse para que la Iglesia de Puerto Rico cobrara conciencia de este gran acontecimiento de nuestra salvación (la resurrección)", dijo en español el Papa, luego de citar dos veces la frase más conocida de Carlos Manuel: "Vivimos para esa noche".

LOS MÁS de 3,000 entusiastas puertorriqueños que asistieron a la ceremonia de beatificación se hicieron eco de las palabras y también las repitieron.

Juan Pablo II se refirió a Carlos Manuel luego de hablar sobre la importancia del misterio pascual, que "ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, (y) la alegría a los tristes". "Ese espíritu animó toda la existencia de Carlos Manuel, primer puertorriqueño elevado a la gloria de los altares", reconoció ayer el máximo jerarca de la Iglesia Católica en el mundo.

Durante la parte de la misa en la que se presentan las intenciones, María Conceicao Silva de Almeida, de habla portuguesa, rogó para que todos los fieles laicos, en especial los que trabajan en universidades y escuelas, sean, por la intercesión del nuevo beato puertorriqueño, testigos "de la verdad de la vida en medio de la sociedad de nuestros tiempos".

Sentados en una de las primeras secciones de la Plaza de San Pedro, reservadas para los peregrinos provenientes de los países de origen de los otros cuatro beatos -España, Canadá y otras partes de Italia-, los puertorriqueños aclamaron al Papa gritando "Juan Pablo II, te quiere todo el mundo". También ondearon cientos de banderas de Puerto Rico y dejaron escuchar sus fuertes aplausos cada vez que el nombre de Carlos Manuel era mencionado como parte del rito de beatificación.

El orden oficial asignado a cada uno de los beatos fue el siguiente: Manuel González García, María Anna Blondin, Caterina Volpicelli, Caterina Cittadini y Carlos Manuel Cecilio Rodríguez Santiago, el único laico del grupo. En ese mismo orden, los obispos de los lugares que llevaron las causas de beatificación hicieron una breve presentación de la vida de cada uno de ellos al Sumo Pontífice.

"SE HA podido justamente decir que gracias a esta incansable labor apostólica del Siervo de Dios, Puerto Rico fue preparado como tierra fecunda a las reformas impulsadas por el Concilio Vaticano II", dijo el arzobispo de San Juan, Roberto González Nieves, al momento de presentar a quien al comienzo de la ceremonia todavía era el candidato a beato boricua. El religioso resaltó varios datos biográficos de Carlos Manuel, así como su apostolado en la Universidad de Puerto Rico, donde "salvó a muchos jóvenes de perder la fe en un ambiente profundamente secularizado".

"Desde su muerte, la devoción al Siervo de Dios ha ido creciendo consistentemente, convirtiéndose en un fenómeno de piedad popular", concluyó monseñor González Nieves.

Terminada la presentación, se descubrieron simultáneamente los retratos gigantes de los beatos. Luego, el obispo de Palermo, Rafael Palmero Ramos, le pidió al Papa, a nombre de todos los obispos representantes de las causas, que los cinco venerables fueran beatificados. Juan Pablo II pronunció entonces la Formula di beatificazione que, formalmente, le dio a Puerto Rico su primer beato: un humilde y sencillo laico nacido en Caguas que dedicó su vida a transmitir la importancia de la liturgia.