La Navidad no es cuento
Alguien me acercó un cuento de Navidad que leyó en alguna parte.
Lo contaré a continuación porque realiza un hermoso viaje al corazón
de Jesús niño.
Se dice que, cuando los pastores se alejaron y la quietud volvió,
el niño del pesebre levantó la cabeza y miró la puerta entreabierta.
Un muchacho joven, tímido, estaba allí, temblando y temeroso.
-Acércate -le dijo Jesús- ¿Por qué tienes miedo?
-No me atrevo… no tengo nada para darte.
-Me gustaría que me des un regalo -dijo el recién nacido.
El pequeño intruso enrojeció de vergüenza y balbuceó:
-De verdad no tengo nada… nada es mío; si tuviera algo, algo mío,
te lo daría… mira.
Y buscando en los bolsillos de su pantalón andrajoso, sacó una
hoja de cuchillo herrumbrada que había encontrado.
-Es todo lo que tengo, si la quieres, te la doy…
-No -contestó Jesús- guárdala. Querría que me dieras otra cosa.
Me gustaría que me hicieras tres regalos.
-Con gusto -dijo el muchacho- pero ¿qué?
-Ofréceme el último de tus dibujos.
El chico, cohibido, enrojeció. Se acercó al pesebre y, para impedir
que María y José lo oyeran, murmuró algo al oído del Niño Jesús:
-No puedo… mi dibujo es «remalo»… ¡nadie quiere mirarlo…!
-Justamente, por eso yo lo quiero… siempre tienes que ofrecerme
lo que los demás rechazan y lo que no les gusta de ti. Además
quisiera que me dieras tu plato.
-Pero… ¡lo rompí esta mañana! - tartamudeó el chico.
-Por eso lo quiero… Debes ofrecerme siempre lo que está quebrado
en tu vida, yo quiero arreglarlo… Y ahora - insistió Jesús- repíteme la
respuesta que le diste a tus padres cuando te preguntaron cómo
habías roto el plato.
El rostro del muchacho se ensombreció; bajó la cabeza avergonzado
y, tristemente, murmuró:
-Les mentí… Dije que el plato se me cayó de las manos, pero no era cierto…
¡Estaba enojado y lo tiré con rabia!
-Eso es lo que quería oírte decir -dijo Jesús- Dame siempre lo
que hay de malo en tu vida, tus mentiras, tus calumnias,
tus cobardías y tus crueldades. Yo voy a descargarte de ellas…
No tienes necesidad de guardarlas… Quiero que seas feliz y siempre
voy a perdonarte tus faltas. A partir de hoy me gustaría que vinieras
todos los días a mi casa.
(Ariel David Busso, del libro Caminos de cielo limpio)