El Camino del Encuentro
Jorge Bucay
La Familia como trampolín
La casa donde vivió el niño que fui y las personas con las que compartí mi vida familiar fueron el trampolín hacia mi vida adulta. La familia siempre es un trampolín y en algún momento tenemos que plantarnos allí y saltar al mundo de todos los días. Si al saltar del trampolín me quedo colgado, dependo, y finalmente nunca hago mi viaje.
¡Qué bueno sería animarse a saltar del trampolín de una manera espectacular! Esto es posible si el trampolín es saludable. Si la relación familiar es sana. Si la pareja de Padres es soportativa.
Este trampolín tiene cuatro pilares fundamentales. Tan fundamentales que si no son sólidos, todo chico que camine por él va a caerse.
El primer pilar es el amor Un hijo que no se ha sentido amado por sus padres tiene una historia grave: le será muy difícil llegar a amarse a si mismo. El amor por uno mismo se aprende del amor que uno recibe de los padres. No quiere decir que no se pueda aprender en otro lado, sólo que éste es el mejor lugar donde se aprende. Por supuesto que además un niño que no ha sido amado no puede amar, y si esto sucediera ¿para qué saldría a encontrarse con los otros?
El trampolín que no tiene este pilar es peligroso. Es difícil caminar por él. Es un trampolín inestable.
El segundo pilar es la valoración Si la familia no ha tenido un buen caudal de autovaloración, si los padres se juzgaban a si mismo como poca cosa, entonces el hijo también se siente poca cosa. Si uno viene de una casa donde no se lo valora, a uno le cuesta mucho valorarse. Las casas con un buen nivel de autoestima tienen trampolines adecuados. Dice Virginia Satir: “En las buenas familias la olla de autoestima de la casa está llena”. Quiere decir: los papás creen que son personas valiosas, creen que los hijos son valiosos, papá cree que mamá es valiosa, mamá cree que papá es valioso, papá y mamá creen que su familia es valiosa y ambos están orgullosos del grupo que armaron.
Cuando un hijo llega a la casa y dice: “¡Que linda es esta familia!”, ahí sabemos que el trampolín está entero. Cuando el chico llega a la casa y dice: “¿Me puedo ir a vivir a lo de la tía Margarita?”... estamos en problemas. Cuando un padre le dice a un hijo: “¿Por qué no te vas a vivir con la tía Margarita?”, también algo complicado está pasando.
El tercer pilar son las normas Las normas deben existir con la sola condición de no ser rígidas, sino flexibles, elásticas, cuestionables, discutibles y negociables. Pero tienen que estar. Así como creo que las reglas en una familia están para ser violadas y que será nuestro compromiso crear nuevas, creo también que este proceso debe apoyarse en un tiempo donde se haya aprendido a madurar en un entorno seguro y protegido. Este es el entorno de la familia. Las normas son el marco de seguridad y previsibilidad necesario para mi desarrollo. Una casa sin normas genera un trampolín donde el hijo no puede plantarse para saltar.
El último pilar es la comunicación Para que el salto sea posible, es necesaria una comunicación honesta y permanente. Ningún tema ha sido más tratado por los libros de psicología como el de la comunicación. Léanlos en pareja, discútanlo con sus hijos, chárlenlos entre todos con el televisor apagado... Ésta es una manera de fortalecer la comunicación, pero no es la más importante. La fundamental es aquella que empieza con las preguntas dichas desde el corazón: ¿Cómo estás? ¿Cómo pasaste el día? ¿Querés que charlemos?...
Y sobre este pilar, exclusivamente sobre este pilar, se apoya la posibilidad de reparar los demás pilares.
Amor, valoración, normas y comunicación: sobre este trampolín el hijo salta a su vida para recorrer, primero, el camino de la autodependencia y luego, el camino del encuentro con los otros.
Piensen en sus casas... ¿Qué pilares estaban firmes? ¿Cuáles un poco flojos? ¿Cuáles faltaron?
Y una vez saltado el trampolín, como hijo debo saber que mi vida depende ahora de mi: soy responsable de lo que hago, libero a mis padres de todo compromiso que no sea el afectivo, de toda obligación y de toda deuda que crea tener con ellos. Conservarán su amor por mi, pero no sus obligaciones. Afirmo esto con absoluta conciencia de lo que digo. Todo lo que un papá o una mamá quieran dar a sus hijos después que éstos sean adultos, será parte de su decisión de dárselo, pero nunca de su obligación. Por supuesto, antes del fin de la adolescencia estamos obligados para con nuestros hijos, allí no es un tema de decisión.
Si le preguntan a mi mamá cómo está compuesta su familia, seguramente dirá: “Mi familia está compuesta por mi marido, mis dos hijos, mis dos nueras y mis tres nietos”. Si me preguntan a mi cómo está compuesta mi familia, yo digo: “Mi esposa y mis dos hijos”, no digo: “Mi esposa, mis dos hijos, mi mamá y mi papá”. Esto no quiere decir que mi mamá no sea de mi familia, o que yo no la quiera. Mi mamá sigue queriendo que la familia seamos todos, y tiene razón. Pero es diferente para ella que para mi.
Como padre debo saber que el trampolín debe estar listo para la partida de mis hijos, porque el encuentro con ellos es el encuentro hasta el trampolín. Luego habrá que construir nuevos encuentros, sin obligaciones ni obediencias, encuentros apoyados solamente en la libertad y en el amor. Cuando un hijo se vuelve grande, los padres tenemos que asumir el último parto.
Hacemos varios partos con los hijos. Uno cuando el chico nace, otro cuando va al colegio primario y deja la casa, otro cuando se va por primera vez de campamento y duerme fuera de la casa, otro cuando tiene su primer novio o novia, otro cuando se recibe en el colegio secundario, y el último cuando termina su adolescencia o decide dejar definitivamente la casa paterna.
En el último parto, finalmente le damos a nuestro hijo la patente de adulto. Asumimos que es autodependiente, que no tiene que pedirnos permiso para hacer lo que se le de la gana.
En algún momento, le damos el último empujoncito que yo llamo el último pujo, le deseamos lo mejor y, a partir de allí le delegamos el mando: Quedás a cargo de vos mismo, quedás a cargo de cómo te vaya, quedás a cargo de darle de comer a tu familia, quedás a cargo de pagar el colegio de tus hijos, quedás a cargo de todo lo que quieras para vos y para los tuyos, y en lo que no puedas hacerte cargo, renunciá.
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