Si
lo que vas a decir no es más hermoso que el silencio,
entonces no
hables. Hay un tiempo para callar,
igual que hay un tiempo para hablar.
El tiempo de callar debe ser el primero cronológicamente;
y nunca se sabrá hablar bien,
si antes no se ha aprendido a callar.
El
hombre es más dueño de sí mismo cuando guarda silencio:
cuando habla
parece derramarse y disiparse por el discurso
de forma que pertenece
menos a sí mismo que a los demás.
Es de un hombre de sentido común
hablar poco
y decir siempre cosas razonables.
El silencio es necesario
en muchas ocasiones,
pero siempre hay que ser sincero;
se pueden
retener algunos pensamientos,
pero no debe disfrazarse ninguno.
Hay
formas de callar sin cerrar el corazón;
de ser discreto, sin ser
sombrío y taciturno;
de ocultar algunas verdades,
sin cubrirlas de
mentiras. Hay un silencio prudente,
cuando se sabe callar
oportunamente.
El silencio artificioso calla para sorprender,
bien
desconcertando a quienes nos declaran sus sentimientos
sin darles a
conocer los nuestros, bien aprovechando
lo que hemos oído y observado
sin haber querido
responder de otro modo mediante maneras engañosas.
Existe
también el silencio complaciente que consiste
no sólo en aplicarse en
escuchar sin contradecir,
a quienes se trata de agradar,
sino también
en darles muestras del placer
que sentimos con su conversación o con su
conducta;
de modo que las miradas, los gestos,
todo supla la falta de
la palabra para aplaudirles.
Es un silencio inteligente cuando en el
rostro
de una persona que no dice nada se percibe
cierto talante
abierto,
agradable, animado e idóneo para reflejar,
sin la ayuda de la
palabra,
los sentimientos que se quieren dar a conocer.
Es por el
contrario un silencio estúpido cuando,
inmóvil la lengua e insensible
el espíritu,
toda la persona parece abismada en una profunda
taciturnidad que no significa nada.
El silencio aprobatorio consiste en el consentimiento
que uno da a lo que ve o a lo que oye.
El
silencio de desprecio no se digna a responder
a quien nos habla o que
espera que opinemos
sobre el tema, y mirar con tanta frialdad
como
orgullo todo lo que viene
de su parte.
El silencio político es el de un
hombre prudente
que se reserva y se comporta con circunspección,
que
jamás se abre del todo,
que no dice todo lo que piensa,
que no siempre
explica su conducta;
que,
sin traicionar los derechos de la verdad,
no
siempre responde claramente, para no dejarse descubrir.
El silencio de humor es el de cuyas pasiones
sólo se animan según la disposición
o la agitación del humor que domina
DE LA RED
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