Hace rato circulan nutridos e-mails etiquetando una serie de actitudes como “polas” –equivalente, aunque no idéntico, a conceptos como naco, cholo o montuno, usados en otros países–. Dichas listas son un ambiguo cóctel de desprecios: por lo “campesino”, lo “folclórico”, lo “popular” y lo “kitsch”.
La antropología social explica que, sin excepción, todas esas prácticas son marcas socioculturales que expresan la forma en que la gente interactúa y cómo produce, consume y reproduce valores, pensamientos y hábitos, en ambientes físicos, afectivos y racionales. Es decir, que lo “polo” sería ignorar lo anterior y hacer listas de “poladas”.
Ahora bien, que algunos hagan esas listas también es una marca cultural y esta demuestra desconocimiento y confusión de conceptos o que hay ticos que ya no se sienten orgullosos de serlo.
Lo folclórico son costumbres y tradiciones que dieron o dan identidad a los grupos sociales y que se muestran con orgullo a los extranjeros. Así que no debe estar en la lista de “poladas” el disfrutar de comidas típicas como el gallo pinto, el rice and beans o el casado; o prácticas como el boyeo, la artesanía, las mascaradas, las cimarronas, los bailes populares o el cuido de la naturaleza.
Menos aún comprendo el desprecio por lo campesino, cuando de allí venimos todos y de allí seguimos comiendo y exportando. Deberíamos reproducir hasta el cansancio los valores de honestidad, sencillez y ahorro de esas familias que aspiran al doble tracción para la finca y no para ir al gym; las que compraban con los billetes envueltos en un pañuelo porque desde entonces desconfiaban de las fantasiosas promesas de usureros, que ahora se hacen llamar brokers.
La crisis económica y climática solo empeorará y es nuestra obligación explicar a los jóvenes que el desperdicio está por terminar y que para sobrevivir deben re-aprender la forma de vida de sus abuelos.
Mi generación no verá al planeta convertido en un desértico Mad Max, donde las guerras serán por gotas de agua –¡eso espero!– pero cuando todo vuelva a escasear, los bisnietos de la abundancia rogarán por tener a quién preguntar cómo se batía a mano un pastel, cómo se hacía jugo de fruta sin licuadora o cómo se construía una mesa o se reparaba una lámpara.
Será entonces tal vez cuando los creyentes en “polómetros” caerán en cuenta de para qué se guardaban frasquitos con botones, se reusaban los sobros de comida al final de la semana o se curaban almas y cuerpos con plantas medicinales.
Quizá les oiremos aceptar en voz baja que lo errado era usar el “tener” para aparentar “ser” y que ¡ser polo era lo cool!