Las experiencias extremas nos sumergen en un abismo, en un pozo del que creemos que no vamos a salir. La vida nos lleva en ocasiones por caminos tortuosos que nos hunden y nos abocan. Sólo quién ha experimentado la caída, sabe de lo que hablo, que aunque no son todos, sí son muchos los que hemos descendido a la profundidad y negrura de un pozo en la vida.
Cuando uno se cae, lentamente al principio y con un descenso rápido después, sabe que la vida deja de sentirse como tal, conoce el hastío y el dolor de esa sensación de nada y vacío en su vida, parece que pasan los días y da lo mismo lo que suceda, porque nada posee interés ni aliciente.
Sin saber por qué, algo hay en el ser humano, que lucha inconscientemente por salir, por ascender, por emerger de nuevo hacia la luz.
La luz, ese hermoso baño de vida que nos puede transformar en seres de nuevo amantes de la vida y de todo lo bello que esa vida nos puede ofrecer y nos puede dar.
Una ascensión siempre es costosa, podemos rajarnos las uñas en ella, podemos a veces perder el sentido de la propia vida por el trabajo que todo ese esfuerzo nos cuesta, pero hay algo que nos anima y nos impulsa, algo que nos empuja desde dentro del alma en busca de esa luz. Y la luz siempre nos espera, la luz siempre está en la cima de todo esfuerzo, de todo empeño, de todo sacrificio.
Esa claridad, ese resplandor puede rodear de nuevo nuestros días, porque nuestro esfuerzo, nuestra constancia, nuestro ser paciente, nuestra propia admisión nos regalará volver a encontrarnos con las pequeñas cosas de la vida, con los pequeños detalles, volver a vivir las más pequeñas expresiones de la misma vida.
“El sol se refleja en una gota de rocío”.
El rocío sólo es posible después del frío de la noche, sepamos ser gotas de rocío después de nuestras frías noches. |