Para ello tendrá que empezar por aceptar que el sol del atardecer es tan importante
como el del amanecer y el del mediodía, aunque su calor sea distinto.
El sol no se avergüenza de ponerse, no siente nostalgia de su brillo matutino, no piensa
que las horas del día le estén "echando" del cielo, no se experimenta menos luminoso
ni hermoso por comprobar que el ocaso se aproxima, no cree que su resolana sobre
los edificios sea menos importante o necesaria que la que hace algunas horas hacía
germinar las semillas en los campos, o crecer las frutas en los árboles.
Cada hora tiene su gozo.
El sol lo sabe y cumple, hora a hora, su tarea...
Ah..., si todos los ancianos entendieran que su sonrisa sobre los hombres puede
ser tan hermosa y fecunda como ese último rayo del sol antes de ponerse !!!
Sorprendernos por algo es el primer paso de la mente hacia el descubrimiento.