Hay una tribu, y esto es real, en el norte de África. Es costumbre que cuando alguien comete un hecho muy grave, por ejemplo matar a otro miembro de la tribu, se hace una junta, una reunión de todos los jefes de la tribu.
Si lo encuentran culpable lo condenan a muerte. Lo maravilloso es que la condena significa hacerle una marca con tinta en el hombro. Es una marca rara, que en la tribu es el símbolo de la muerte.
A partir de ese día el condenado es alojado en una carpa a unos diez metros de los otros, nada más. Nadie lo toca, nadie le hace nada; si quiere comer, come; si quiere beber, bebe; nadie le dirige la palabra, nadie habla con él, está muerto.
Dos meses después de la condena, el reo muere, muere sin que nadie le haya tocado un pelo. Y no muere porque le pase algo en especial, ni porque la marca sea venenosa, muere sólo porque cree que se tiene que morir.
En esa cultura el condenado está convencido de que se va a morir y, por supuesto, se muere, literalmente, se muere.
|