Me duele el alma” decía Magdalena… nosotras nos mirábamos incrédulas…..y sonreíamos bajito…¿qué estás diciendo Magdalena?, ¿cómo puede doler el alma?.
Mientras tanto, pensábamos, sólo duelen las cosas que se tocan, que se lastiman, si el alma es invisible, ¿cómo va a doler?…
Antígona, ¿vos tampoco creíste lo que te decía tu abuela? O tal vez, con la sabiduría del mito, ¿ya lo adivinabas?
Esta carta es para vos Magdalena, que nos quisiste advertir contra lo que la vida nos iba a estrellar y no supimos comprenderte… lo intentaste, igual que lo hizo Antígona cuando eligió morir por lealtad a su certeza, dando el aviso inmortal a todas las mujeres que le sucedieron…
El dolor del alma, se gesta en las entrañas, te afloja las ganas y te derrumba la esperanza, pero.. ¿dónde se ve?. Sólo aquellas que lo padecemos sabemos qué significa.
Contra eso abuela, no pudieron tus recetas de yuyos o mezclas de sales y aromas, sólo lo dejaste ahí, flotando en el aire, una advertencia para nadie, una señal para todas, y te callaste, porque el dolor de tu alma te hizo enmudecer…
Solías decir que lo veías en nuestros ojos, pero éramos entonces, casi estúpidamente inocentes, por eso nos reíamos, sin saber cómo te atraviesa la vida cuando te duele el alma.
Tal vez en tus palabras se mezclaban pequeñas dosis de tu-nuestra- nostalgia, la historia de un desarraigo, un hasta luego convertido en adiós, raíces desprendidas de tu tierra, un nunca más sin remanso… y ese montón de preguntas sin respuestas que te llevaste con tu silencio.
Pasaron como herencia a las mujeres que engendraste, mujeres con dolores en el alma, que no pudieron adivinar, inmersas en la premonición, no encontraron el escudo suficiente.
Después nosotras, la sangre de tu sangre, caminamos hasta chocarnos con la frase tantas veces sonreída…
Cada una lo está intentando ahora abuela Magdalena, las ramas de tu árbol fueron quebradas por huracanes y tempestades, los temporales arrancaron nuestra, casi estúpida inocencia, pero a pesar de todo salvamos un pedacito, a ese, no lo dejamos ir y lo pusimos allí, donde duele el alma…
Fieles a nuestra estirpe, con dignidad te invocamos Antígona, vos, la abuela de nuestra abuela, la sabia que ancestralmente le enseñaste ese secreto. Hoy, después de idas y vueltas, de sorpresas sin sonrisas, finalmente lo descubrimos. Es verdad, el alma duele.
Pero también supimos, la lealtad de estas mujeres es divina, derrumba todas las murallas, aplasta la hipocresía con la cual alguna vez intentaron sepultarnos.
Gracias Magdalena, descansa tranquila, escuchamos tu advertencia.
Antígona, las paredes de tu tumba, nunca te asfixiaron…
Autora: Elisa Dolores Balsechi
Buenos Aires, Argentina