Truman Capote (1924-1984), que con su libro A sangre fría halló el punto en el cual periodismo y literatura pueden encontrarse y generar una obra de arte, autor también de títulos memorables como Desayuno en Tiffany´s y Otras voces , otros ámbitos, dijo alguna vez: "No se puede tener demasiados amigos porque entonces no sería realmente amigo de ninguno". Una reflexión vigente hoy, cuando la palabra amigo es una y otra vez desvirtuada. "Mengano te invita a ser su amigo en la red social X", nos dice un mensaje en nuestro correo electrónico. "Te agregué a mi lista de amigos en la red Z", nos anuncia Fulanita en otro mensaje. No sabemos quiénes son Mengano y Fulanita. Pero la palabra amigo ya se desvirtuó dos veces. Luego ellos dirán que tienen quinientos, mil o diez mil amigos en Facebook, My Space, Twitter o la red virtual que fuere. Vi en televisión, en Barcelona, cómo la campeona española de contactos en redes virtuales se ufanaba de contar con diez mil amigos. Y escuché cómo ella misma decía que el día de su cumpleaños no había tenido realmente a quién invitar.
La amistad es un vínculo que se teje en el tiempo y en el espacio real. Se hila con experiencias compartidas (tristes y alegres, fáciles y difíciles), con actos que generan confianza, con presencia, con paciencia, con escucha. Una persona muy popular puede tener muchos conocidos, alguien sociable puede estar colmado de contactos. Pero un amigo es otra cosa, una obra de artesanía. No se fabrican en serie. Quien mantiene un vínculo por interés, por cálculo, por conveniencia o porque eso lo acerca a alguna forma de poder, no crea ni sostiene una amistad, sino simplemente una transacción. La amistad, acaso como ningún otro, es un vínculo de paridad, que trasciende en su misma existencia, sin necesidad de plantearse propósitos ni metas. Quizá se trate de la forma más desinteresada del amor. Por este mismo motivo, como en ningún otro vínculo, la reciprocidad es esencial. El enamoramiento, por ejemplo, suele ser ciego y dejarnos atados, con la soga de nuestra ilusión vana, a quien no nos corresponde. En la amistad, la ausencia de reciprocidad anuncia el fin de la relación. Decía Aristóteles que sólo cuando se basa en la virtud, y no en la utilidad, la amistad merece ese nombre.
"El amigo es quien me abre la puerta que deseo abrir, es a veces el sabio que me dice la verdad que me serena y me da paz", dice el pensador italiano Francesco Alberoni en La amistad, un hermoso y profundo ensayo sobre el tema. Con un amigo, reflexiona Alberoni, llegamos juntos a los mismos lugares desde puntos de vista diferentes. La amistad, insiste, se vive siempre en tiempo presente. Dos amigos que se reencuentran tras muchos años siguen la conversación con fluidez, no tienen deudas pendientes con el pasado, no están juntos para construir un mañana. Simplemente, comparten un tiempo continuo. No tratan de modificarse el uno al otro, no se ponen plazos, no se angustian por el futuro de su relación. Se aceptan y se quieren. El amigo es siempre un testigo que está de nuestra parte. Y en una vida plagada de desencuentros y zancadillas, esto tiene un valor inapreciable y sanador.
"La sociedad moderna, escribe Alberoni, transforma las virtudes en prestaciones y los ideales en servicios". Por eso, en estos tiempos, tantas veces se padece de soledades colectivas y el alma de muchas personas atiborradas de "contactos", "relaciones" y "conocidos" es un alma solitaria. No se honra la amistad desde el egoísmo; se la seca cuando se carece de empatía; no se puede acceder a ella desde la manipulación. Confianza, compromiso, honestidad y justicia son requisitos ineludibles en su vivencia. Mientras los seres humanos tengan necesidad de amor, de valorar, de ser valorados, habrá espacio y tiempo para la amistad, para respetarla y dignificarla. Y cada amigo será una joya única.