La tradición celta posee una hermosa concepción del amor y la amistad.
Una de sus ideas fascinantes es la del amor del alma, que en gaélico antiguo es anam cara, “Anam” significa alma, y “cara” es amistad. De manera que «anam-cara» en el mundo celta es el “amigo del alma”.
En la iglesia celta primitiva se llamaba “Anam Cara” a un maestro, compañero o guía espiritual.
Al principio era un confesor a quien uno revelaba lo más íntimo y oculto de su vida. Al “Anam Cara” se le podía revelar el yo interior, la mente y el corazón.
Esta amistad era un acto de reconocimiento y arraigo. Cuando uno tenía un “Anam Cara” , esa amistad trascendía las convenciones, la moral y las categorías.
Uno estaba unido de manera antigua y eterna con el amigo del alma.
Esta concepción celta no imponía al alma limitaciones de espacio ni tiempo. El alma no conoce jaulas. Es una luz divina que penetra en ti y en tu otro. Este nexo despertaba y fomentaba una camaradería profunda y especial. Juan Casiano dice en sus Colaciones que este vínculo entre amigos es indisoluble: “Esto, es lo que no puede romper ningún azar, lo que no puede cortar ni destruir ninguna porción de tiempo o de espacio; ni siquiera la muerte puede dividirlo”.
En la vida todos tienen necesidad de un “Anam Cara”, un amigo del alma.
En esta amistad eres comprendido tal como eres, sin máscaras ni pretensiones. La amistad permite que nazca la comprensión, y ésta es un tesoro invalorable.
Allí donde te comprenden está tu casa.
La comprensión nutre la pertenencia y el arraigo. Sentirte comprendido es sentirte libre para proyectar tu yo sobre la confianza y protección del alma del otro.
El “anam cara” es un don de Dios.