Al llegar la medianoche y romper en llanto el Niño, las cien bestias despertaron y el establo se hizo vivo... y se fueron acercando y alargaron hasta el Niño sus cien cuellos, anhelantes como un bosque sacudido. Bajó un buey su aliento al rostro y se lo exhaló sin ruido, y sus ojos fueron tiernos, como llenos de rocío... Una oveja lo frotaba contra su vellón suavísimo, y las manos le lamían, en cuclillas, dos cabritos... Las paredes del establo se cubrieron sin sentirlo de faisanes y de ocas y de gallos y de mirlos. Los faisanes descendieron y pasaban sobre el niño su ancha cola de colores; y las ocas de anchos picos arreglábanle las pajas; y el enjambre de los mirlos era un vuelo palpitante sobre del recién nacido.. Y la Virgen entre el bosque de los cuernos, sin sentido, agitada iba y venía sin poder tomar al Niño. Y José sonriendo iba acercándose en su auxilio... ¡Y era como un bosque todo el establo conmovido!