“No dejes que enturbie mi canto dorado de hoy, con la nube pensativa de una mañana sombrío. Ni sueltes mi mano en medio de este desierto callado. Que aunque la luna sonriente me acompañe en la soledad de mi corazón, mi alma espera cautiva el cegador destello de tus ojos No olvides las promesas que me hiciste cuando del suelo baldío viniste a despertarme con un beso. No es sino la sangre de mi alma la que ofrendo en el cuenco de mis esperanzas, perdidas en el inevitable ocaso. No te alejes de mi… no te escondas en mi pecho. Y no dejes que las flores cristalinas de mi llanto se pierdan en la arena del pasado. Como escarcha helada en los cristales del invierno, mi amor espera tu llamada delicada, pegado a los cristales del futuro errante, intentando atisbar la dulzura de tu presencia. Escúchame. Vuelve de nuevo tu rostro luminoso. Mírame a los ojos con el dulzor de tu mirada. Y dime que en la llanura blanca me esperas” (fragmento del “El Jardinero “ de Grian)
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