La forma en que tratamos a los demás, por lo general revela nuestro propio pasado. Si estamos en paz, es muy probable que tratemos a los demás con respeto y compasión. Pero cuando nos sentimos descentrados, lo más probable es que los tratemos con intolerancia e impaciencia. Si hacemos regularmente un inventario, seguramente veremos el patrón de conducta: cuando nos sentimos mal con nosotros mismos, tratamos mal a los demás.
Lo que quizás no se vea en el inventario es la otra cara de la moneda: si tratamos bien a los demás, nos sentimos bien. Si añadimos esta verdad positiva a los hechos negativos que hallamos en nuestro inventario, empezamos a comportarnos de otra manera.
Cuando nos sentimos mal, podemos hacer una pausa para pedir orientación y fortaleza. Después, tomamos la decisión de tratar a quienes nos rodean bondadosa y amablemente, con la misma consideración que deseamos para nosotros. La decisión de ser bondadosos quizás alimente y sostenga la felicidad y paz de espíritu que todos deseamos. Y la alegría que inspiramos tal vez levante el ánimo de aquéllos que nos rodean, que a su vez fomentan nuestro propio bienestar espiritual.