Creo a veces que las plantas son como las
mujeres: les gusta cambiar de traje. Por eso en
otoño arrojan al suelo todas sus hojas amarillas
y en primavera se cubren de brotes brillantes.
Es que, de veras, es tan lindo ponerse un
vestido nuevo.
Y las acacias se adornan de moños blancos, los
aromas de lunares de oro, los plátanos de bolitas
verdes y los miosotis, como "Piel de Asno", le
piden al Hada de las Flores un vestido hecho de
cielo. Hasta los cardos, tan ásperos, sienten
despertar su coqueteria y se prenden entre las
duras greñas un penacho azul.
Me rio yo de los botánicos que quieren explicar
gravemente los fenómenos de la florescencia
y de la vegetación. Si al brotar y al florecer
las plantas no obedecen a otro impulso más
que al deseo de ponerse un bonito vestido nuevo.
Por eso, también, crecen con preferencia en
torno de las acequias, de los estanques, de
los arroyuelos: para tener un espejo en que mirarse.
Juana de Ibarborou
De "El cántaro fresco"