No crezcas, mi niña… No crezcas.
No pierdas esa mirada de inocencia.
Ese candor en las preguntas.
Ese fe en los Reyes Magos.
Esa seguridad ante tu Ángel de la Guarda.
Ese asombro ante el mundo.
Esa credulidad y esa transparencia de alma.
Cuando alcances sola a mirarte en el espejo, ya no necesites una sillita alta para comer y no te escondas para usar las pinturas y darle cuerda a la cajita de música. Cuando se acaben esos goces plenos de amor, sin apuro, que llenan el alma de placidez… entonces, mi niña, empezará la cosecha de tu vida. Brotarán espinas en el tallo. Conocerás rosas fertilizadas con dolor y resina, con más lágrimas que rocío. Conocerás los retos de la vida, y lo despiadada que suele ser algunas veces. Esa vida que toca en ocasiones hasta la raíz más profunda y se la lleva volando en bandadas de desilusión. Esa vida que se mete a veces hasta en la corola más limpia y más fresca, hasta sacar la miel y dejar un huequito de lágrimas. Conocerás esa vida intrusa. Ese dolor que acecha. Esas penas que no perdonan. Y tendré que ver llorar tu corazón. Ese corazón de pájaro que está creciendo entre mis manos protegido y seguro.
¡No crezcas, mi niña de carne tibia, pelo dorado y ojitos de sol!
Quédate en mi corazón detenida en la infancia, dormida en mi recuerdo, arrebujada en mi manta. Porque las abuelas no saben ver crecer. Ya te lo dije: no saben. Y aunque llegara a verte como una mujer completa, mi corazón andará rastreando por tu infancia y viviendo de la luz despedida por tus primeros años, y tarareando aquello de “duérmete, pedazo de mi corazón”. Me parecerá que juegas a ser grande como ahora, y por eso te pones mis tacones y andas con aire de reina. Apenas ahora me doy cuenta de que siempre te treparás a mi amor llevando pocos años. Que siempre correremos juntas tras las mariposas. Y siempre vendrás a colgarte de mi cuello cuando algo te haga llorar. Y siempre, mi niña, siempre volverás a mis rodillas para que te enseñe dónde reside lo mejor que tiene el mundo, por dónde entra el sol al corazón, cómo se calienta un nido y qué se necesita para volar el mundo y cantar las penas. Volverás a buscar a la vieja abuela para reencontrarte con tu infancia.
¡Porque en la vida tenemos que retroceder a esos años tantas veces!
Zenaida Bacardí.