LOS HUMANOS, ¿CÚSPIDE DE LA CREACIÓN?
Un lector que no quiere que conste su nombre me escribe lo siguiente: “¿Por qué los darwinianos niegan la verdad de la Creación Divina, si lo dice la Biblia, que es bien sabido que es palabra de Dios? ¿Acaso Dios mentiría? Además, ¿cómo va a ser lógico que este mundo tan perfecto haya sido producto de pura casualidad? Tiene que haber un Creador, no sé cómo no pueden verlo.”
Es la eterna discusión entre los creacionistas y los evolucionistas: ¿el universo es producto de una mente creadora maestra, o simplemente surgió así, porque sí, debido a la aparición en un instante dado (conocido como Big Bang) de cierto grupo de características y leyes que le fueron dando forma, las cuales determinaron cómo sería ese universo, y todo lo que él contiene (incluidos nosotros)?
El problema aquí es que, siendo parte de ese proceso, no tenemos la posibilidad de distanciarnos, y analizar el asunto con objetividad absoluta. Muchos de los argumentos en uno u otro sentido son más bien resultado de cómo la personalidad de cada individuo lo inclina a validar más unos que otros.
Hay, sin embargo, algunos hechos que no pueden ser discutidos, y que bien vistos, van en contra de nuestra vanidad como especie.
Lo primero de todo, es que el universo mismo no parece girar en torno a nosotros, por decirlo así.
Un ejemplo simple, es la inmensa cantidad de espacio que existe. Miles y millones de planetas, de los cuales puede que estén habitados incluso por especies tecnológicas como la nuestra millones de ellos, pero aún así, sobrarían tantos planetas deshabitados, tantas estrellas, tantas galaxias, cuya mayor proporción estaría desprovista de vida, y por tanto de inteligencia, que o bien somos un accidente debido a la probabilidad estadística (entre tanta materia, por mínima que fuera la posibilidad, alguna podría haberse organizado hasta ser NOSOTROS), o bien estamos ante todo un universo, enorme y vacío, construido por una mente disparatadamente despilfarradora… lo cual deja mal parado al Creador.
Pero al final, ¿quién sabe?