6. En el andén de la
vida
Cuando aquella tarde llegó a la
vieja estación le informaron que el tren en que ella viajaría se retrasaría
aproximadamente una hora. La elegante señora, un poco fastidiada, compró una
revista, un paquete de galletas y una botella de agua para pasar el tiempo.
Buscó un banco en el andén central y se sentó preparada para la espera.
Mientras hojeaba su revista, un joven se sentó a su lado y
comenzó a leer un diario.
Imprevistamente, la señora observó
cómo aquel muchacho, sin decir una sola palabra, estiraba la mano, agarraba el
paquete de galletas, lo abría y comenzaba a comerlas, una a una,
despreocupadamente. La mujer se molestó por esto, no quería ser grosera, pero
tampoco dejar pasar aquella situación o hacer de cuenta que nada había pasado;
así que, con un gesto exagerado, tomó el paquete y sacó una galleta, la exhibió
frente al joven y se la comió mirándolo fijamente a los ojos. Como respuesta, el
joven tomó otra
galleta y mirándola la puso en su boca y sonrió. La señora
ya enojada, tomó una nueva galleta y, con ostensibles señales de fastidio,
volvió a comer otra, manteniendo de nuevo la mirada en el muchacho.
El diálogo de miradas y sonrisas
continuó entre galleta y galleta. La señora cada vez más irritada, y el muchacho
cada vez más sonriente. Finalmente, la señora se dio cuenta de que en el paquete
sólo quedaba la última galleta.
"- No podrá ser tan descarado",
pensó mientras miraba alternativamente al joven y al paquete de galletas.
Con calma el joven alargó la mano, tomó la última galleta, y con mucha
suavidad, la partió exactamente por la mitad. Así,
con un gesto amoroso, ofreció la mitad de la última galleta a su compañera de
banco.
"¡Gracias!" - dijo la mujer
tomando con rudeza aquella mitad.
"De nada" - contestó el joven
sonriendo suavemente mientras comía su mitad.
Entonces el tren anunció su
partida...
La señora se levantó furiosa del
banco y subió a su vagón. Al arrancar, desde la ventanilla de su asiento vio al
muchacho todavía sentado en el andén y pensó:"¡Qué insolente, qué mal educado,
qué será de nuestro mundo!".
Sin dejar de mirar con
resentimiento al joven, sintió la boca reseca por el disgusto que aquella
situación le había provocado. Abrió su bolso para sacar la botella de agua y se
quedó totalmente sorprendida cuando encontró, dentro de su cartera, su paquete
de galletas intacto.
Cuántas veces nuestros prejuicios,
nuestras decisiones apresuradas nos hacen valorar erróneamente a las personas y
cometer las peores equivocaciones. Cuántas veces la desconfianza ya instalada en
nosotros, hace que juzguemos injustamente a personas y situaciones, y sin tener
un por qué, las encasillamos en ideas preconcebidas, muchas veces tan alejadas
de la realidad que se presenta. Así por no utilizar nuestra capacidad de
autocrítica y de observación, perdemos la gracia natural de compartir y
enfrentar situaciones, haciendo crecer en nosotros la desconfianza y
la preocupación.
Nos inquietamos por acontecimientos que no son reales, que quizás nunca lleguemos a contemplar, y nos
atormentamos con problemas que tal vez nunca ocurrirán.
Dice un viejo proverbio...
"Peleando, juzgando antes de tiempo y alterándose no se consigue jamás lo
suficiente,
pero siendo justo, cediendo y observando a los demás con una
simple cuota de serenidad,
se consigue más de lo que se
espera".