¡Qué feliz eres, niño, sentado en el polvo,
divirtiéndote toda la mañana
con una ramita rota!
Sonrío al verte jugar con este trocito de
madera.
Estoy ocupado haciendo cuentas,
y me paso horas y horas sumando
cifras.
Tal vez me miras con el rabillo del ojo y piensas:
«¡Qué necesidad
perder la tarde con un juego como ese!»
Niño, los bastones y las tortas de barro
yano me divierten; he olvidado tu
arte.
Persigo entretenimientos costosos
y amontono oro y plata.
Tú
juegas con el corazón alegre con todo cuanto encuentras.
Yo dedico mis
fuerzas y mi tiempo
a la conquista de cosas que nunca podré obtener.
En mi
frágil esquife pretendo cruzar el mar de la ambición,
y llego a olvidar que
también mi trabajo es sólo un juego.