Rabindranath
Tagore
La Luna
Nueva
El principio
‘¿De dónde
vine yo? ¿Dónde me encontraste?’, pregunta el niño a su madre.
Ella llora
y ríe al mismo tiempo, y estrechándolo contra su pecho le responde: Tú estabas
escondido en mi corazón, amor mío, tú eras su deseo.
-Estabas
en las muñecas de mi infancia; y cuando, cada mañana, yo modelaba con arcilla la
imagen de mi dios, en verdad te hacía y deshacía a ti.
-Estabas
en el altar junto a la divinidad de nuestro hogar; al adorara, a ti te
adoraba.
-Has
vivido en todas mis esperanzas, en todos mis amores, en toda mi vida y en la
vida de mi madre.
-El Espíritu inmortal que
preside nuestro hogar te ha albergado en su seno desde
el principio de los tiempos.
-En mi
adolescencia, cuando mi corazón abría sus pétalos, tú lo envolvías como un
flotante perfume.
-Tu
delicada suavidad aterciopelaba mis carnes juveniles, como el reflejo rosado que
precede a la aurora.
-Tú, el
predilecto del cielo; tú, que tienes por hermana gemela la prima luz del alba
has sido traído por la corriente de la vida universal, que al fin te ha
depositado sobre mi corazón.
-Mientras
contemplo tu rostro, me siento sumergida en una ola de misterio: tú, que a todos
perteneces, te has echo mío.
-Te
estrecho contra mi corazón, temerosa de que escapes. ¿Qué magia ha entregado el
tesoro del mundo a mis frágiles brazos?’
Las razones del niño
Si
quisiera, el niño podría volar ahora mismo al cielo.
Pero tiene
sus razones para no dejarnos.
Toda su
felicidad consiste en descansar su cabeza en el seno de su madre; por nada del
mundo dejaría de verla.
La
sabiduría del niño se expresa en sutiles palabras. ¡Qué pocos son los que pueden
comprender su sentido! Si no habla, es que tiene sus razones.
Lo que
más desea es aprender la lengua materna de los mismos labios de su madre. ¡Por
ello adopta un aire tan inocente!
Pese a que
poseía montones de oro y perlas, el niño vino a esta tierra como un
mendigo.
Tuvo sus
razones para llegar con este disfraz.
Pequeño,
desnudo y suplicante, si simula una completa indigencia es para reclamar a su
madre el inmenso tesoro de su ternura.
En el país
de la minúscula luna creciente nada entorpecía la libertad del niño.
Si
renunció a su independencia tuvo sus razones.
Sabe muy
bien que ese pequeño nido, el corazón de su madre, contiene una alegría
inagotable, y que la tierna atadura de los brazos maternales es infinitamente
más dulce que la libertad.
El niño no
sabía llorar. Vivía en el país de la felicidad perfecta.
No le
faltaron las razones para empezar a verter lágrimas.
Las
entrañas de su madre se conmueven con las sonrisas de su dulce rostro, pero es
el pequeño llanto que nace de sus penas de niño el que teje entre ella y él el
doble lazo de la piedad y el amor.