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REFLEXIONES: EL CIRCULO DE NOVENTA Y NUEVE
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De: Tatiana (Mensaje original) |
Enviado: 29/01/2010 20:01 |
EL CIRCULO DEL NOVENTA Y
NUEVE
Había una vez un rey muy triste que tenía un
sirviente, que como todo sirviente de rey triste, era muy feliz. Todas las
mañanas llegaba a traer el desayuno y despertaba al rey cantando y tarareando
alegres canciones de juglares. Una sonrisa se dibujaba en su distendida cara y
su actitud para con la vida era siempre serena y alegre. Un día el rey lo
mandó a llamar. -Paje- le dijo- ¿cuál es el secreto? -¿Qué secreto,
Majestad? -¿Cuál es el secreto de tu alegría? - No hay ningún secreto,
Alteza. - No me mientas, paje. He mandado a cortar cabezas por ofensas
menores que una mentira. - No le miento, Alteza, no guardo ningún secreto.
-¿Por qué estás siempre alegre y feliz? ¿Eh? ¿Por qué? - Majestad, no
tengo razones para estar triste. Su Alteza me honra permitiéndome atenderlo.
Tengo mi esposa y mis hijos viviendo en la casa que la Corte nos ha asignado,
somos vestidos y alimentados y además su Alteza me premia de vez en cuando con
algunas monedas para darnos algunos gustos, ¿cómo no he de estar feliz? - Si
no me dices ya mismo el secreto, te haré decapitar -dijo el rey. Nadie puede ser
feliz por esas razones que has dado. - Pero, Majestad, no hay secreto. Nada
me gustaría más que complacerlo, pero no hay nada que yo este ocultando...
-¡Vete, vete antes
de que llame al verdugo!
El sirviente sonrió, hizo una reverencia y
salió de la habitación. El rey estaba como loco. No consiguió explicarse como el
paje estaba feliz viviendo de prestado, usando ropa usada y alimentándose de las
sobras de los cortesanos. Cuando se calmó, llamó al más sabio de sus asesores y
le contó su conversación de la mañana. -¿Por qué él es feliz? - Ah,
Majestad, lo que sucede es que él está fuera del círculo. -¿Fuera del
círculo? - Así es. -¿Y eso es lo que lo hace feliz? - No Majestad,
eso es lo que no lo hace infeliz. -A ver si entiendo, estar en el círculo te
hace infeliz. - Así es. -¿Y cómo salió? -¡Nunca entró! -¿Qué
círculo es ese? - El círculo del 99. - Verdaderamente, no te entiendo
nada. - La única manera para que entendieras, sería mostrártelo en los
hechos. -¿Cómo? - Haciendo entrar a tu paje en el círculo. - Eso,
obliguémoslo a entrar. - No, Alteza, nadie puede obligar a nadie a entrar en
el círculo. - Entonces habrá que engañarlo. - No hace falta, Su
Majestad. Si le damos la oportunidad, él entrará solito, solito. -¿Pero él
no se dará cuenta de que eso es su infelicidad? - Sí se dará cuenta. -
Entonces no entrará. - No lo podrá evitar. -¿Dices que él se dará cuenta
de la infelicidad que le causará entrar en ese ridículo círculo, y de todos
modos entrará en el y no podrá salir? - Tal cual. Majestad, ¿estás dispuesto
a perder un excelente sirviente para poder entender la estructura del círculo?
- Sí - Bien, esta noche le pasaré a buscar. Debe tener preparada una
bolsa de cuero con 99 monedas de oro, ni una más ni una menos. ¡99! -¿Qué
más? ¿Llevo los guardias por si acaso? - Nada más que la bolsa de cuero.
Majestad, hasta la noche. - Hasta la noche. Así fue. Esa noche, el sabio
pasó a buscar al rey. Juntos se escurrieron hasta los patios del palacio y se
ocultaron junto a la casa del paje. Allí esperaron el alba. Cuando dentro de la
casa se encendió la primera vela, el hombre sabio agarró la bolsa y le pinchó un
papel que decía: 'Este tesoro es tuyo. Es el premio por ser un buen hombre.
Disfrútalo y no cuentes a nadie como lo encontraste.' Luego ató la bolsa con
el papel en la puerta del sirviente, golpeo y volvió a esconderse. Cuando el
paje salió, el sabio y el rey espiaban desde atrás de unas plantas lo que
sucedía. El sirviente vio la bolsa, leyó el papel, agitó la bolsa y al escuchar
el sonido metálico se estremeció, apretó la bolsa contra el pecho, miró hacia
todos lados de la puerta, y se arrimaron a la ventana para ver la escena. El
sirviente había tirado todo lo que había sobre la mesa y dejado sólo la vela. Se
había sentado y había vaciado el contenido en la mesa. Sus ojos no podían creer
lo que veían. ¡Era una montaña de monedas de oro! Él, que nunca había tocado una
de estas monedas, tenía hoy una montaña de ellas para él. El paje las tocaba y
amontonaba, las acariciaba y hacia brillar la luz de a vela sobre ellas. Las
juntaba y desparramaba, hacía pilas de monedas. Así, jugando y jugando empezó a
hacer pilas de 10 monedas. Una pila de diez, dos pilas de diez, tres pilas,
cuatro, cinco, seis...y mientras sumaba 10, 20, 30, 40, 50, 60.... hasta que
formó la última pila: 9 monedas !!! Su mirada recorrió la mesa primero, buscando
una moneda más. Luego el piso y finalmente la bolsa. 'No puede ser', pensó. Puso
la última pila al lado de las otras y confirmó que era más baja. -¡Me robaron
-gritó- me robaron, malditos!! Una vez más buscó en la mesa, en el piso, en la
bolsa, en sus ropas, vació sus bolsillos, corrió los muebles, pero no encontró
lo que buscaba. Sobre la mesa, como burlándose de él, una montañita
resplandeciente le recordaba que había 99 monedas de oro 'sólo 99'. '99 monedas,
es mucho dinero', pensó. Pero me falta una moneda. Noventa y nueve no es un
número completo -pensaba- cien es un número completo pero noventa y nueve, no.
El rey y su asesor miraban por la ventana. La cara del paje ya no era la
misma, estaba con el ceño fruncido y los rasgos tiesos, los ojos se habían
vuelto pequeños y arrugados y la boca mostraba un horrible gesto, por el que se
asomaban los dientes. El sirviente guardó las monedas en la bolsa y mirando para
todos lados para ver si alguien de la casa lo veía, escondió la bolsa entre la
leña. Luego tomó papel y pluma y se sentó a hacer cálculos. ¿Cuánto tiempo
tendría que ahorrar el sirviente para comprar su moneda número cien? Todo el
tiempo hablaba solo, en voz alta. Estaba dispuesto a trabajar duro hasta
conseguirla. Después quizás no necesitara trabajar más. Con cien monedas de oro,
un hombre puede dejar de trabajar. Con cien monedas de oro un hombre es rico.
Con cien monedas se puede vivir tranquilo. Sacó el cálculo. Si trabajaba y
ahorraba su salario y algún dinero extra que recibía, en once o doce años
juntaría lo necesario. 'Doce años es mucho tiempo', pensó. Quizás pudiera
pedirle a su esposa que buscara trabajo en el pueblo por un tiempo. Y él mismo,
después de todo, él terminaba su tarea en palacio a las cinco de la tarde,
podría trabajar hasta la noche y recibir alguna paga extra por ello. Sacó las
cuentas: sumando su trabajo en el pueblo y el de su esposa, en siete años
reuniría el dinero. ¡Era demasiado tiempo!!! Quizás pudiera llevar al pueblo
lo que quedaba de comidas todas las noches y venderlo por unas monedas. De
hecho, cuanto menos comieran, más comida habría para vender... Vender...
Vender... Estaba haciendo calor. ¿Para qué tanta ropa de invierno? ¿Para qué más
de un par de zapatos? Era un sacrificio, pero en cuatro años de sacrificios
llegaría a su moneda cien. El rey y el sabio, volvieron al palacio. El paje
había entrado en el círculo del 99... Durante los siguientes meses, el
sirviente siguió sus planes tal como se le ocurrieron aquella noche. Una mañana,
el paje entró a la alcoba real golpeando las puertas, refunfuñando de pocas
pulgas. -¿Qué te pasa?- preguntó el rey de buen modo. - Nada me pasa,
nada me pasa. - Antes, no hace mucho, reías y cantabas todo el tiempo. -
Hago mi trabajo, ¿no? ¿Qué querría su Alteza, que fuera su bufón y su juglar
también? No pasó mucho tiempo antes de que el rey despidiera al sirviente.
No era agradable tener un paje que estuviera siempre de mal humor. 'Siempre
nos falta algo para estar completos, y sólo completos se puede gozar de lo que
se tiene. Nos enseñaron que la felicidad deberá esperar hasta completar lo que
falta.... Y como siempre nos falta algo, la idea retoma el comienzo y nunca se
puede gozar de la vida. Pero que pasaría si la iluminación llegara a nuestras
vidas y nos diéramos cuenta, así, de golpe, que nuestras 99 monedas son el cien
por ciento del tesoro, que no nos falta nada, que nadie se quedó con lo nuestro,
que nada tiene de más redondo cien que noventa y nueve, que todo es solo una
trampa, una zanahoria puesta frente a nosotros para cegarnos, para que halemos
del carro de la vida, cansados, malhumorados, infelices o resignados. Una trampa
para que nunca dejemos de empujar y que todo siga igual... eternamente igual!
Cuantas cosas cambiarían si pudiéramos disfrutar de nuestros tesoros tal cual
como están.'
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De: Tatiana |
Enviado: 25/01/2013 18:56 |
Una trampa
para que nunca dejemos de empujar y que todo siga igual... eternamente igual!
Cuantas cosas cambiarían si pudiéramos disfrutar de nuestros tesoros tal cual
como están.'
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