El único tesoro que él poseía era una vieja pipa de madera que se ponía todas las noches en la boca e imaginaba que que fumaba, pues hacía tiempo que no podía comprar tabaco, y así espantaba un poco el hambre. Ella tenía unas largas trenzas blancas que hacía tiempo que no conocían peine alguno, pero ella se sentaba cada mañana a la entrada de la choza y las hacía y deshacía para olvidarse un poco de la comida. Y así cada día.
Llegó la fecha de su aniversario de boda. Él salió al mercado pensando en qué le regalaría a su mujer, y ella se sentó a la entrada de su choza pensando con qué celebrar el acontecimiento. Sin embargo, al atardecer, su marido volvió del mercado trayendo un paquetito que le entregó con un beso y un «Feliz aniversario», mientras ella sacaba un paquetito que le entregaba con una beso y un «Feliz aniversario».
Cuando cada uno abrió su pequeño regalo, se
miraron a los ojos en silencio y se abrazaron llorando. Él había vendido su pipa
para comprarle a su mujer un hermoso peine para sus trenzas. Ella había vendido
sus trenzas para comprarle a su marido tabaco para su pipa.