LA LUZ DEL MUNDO Mi hija miró en derredor con los ojos entornados y luego puso su mirada en mí. -Desde que papá murió -me dijo- nunca más volví a ver las cosas tan luminosas como eran antes. Es como si con él se hubiese apagado una parte de la luz del mundo. Todo está más oscuro. Y... sí. Todo está más oscuro y es menos fácil. Porque él nos amparaba, nos cuidaba, nos brindaba esa tranquilidad que da el saber que hay alguien que no se olvidará de despertarnos a la hora de tomar el remedio, que revisará si están bien cerradas las llaves del gas todas las noches; que nos llevará adonde tengamos que ir sin que se lo pidamos, que agasajará a nuestros amigos, que será cariñoso y gentil con nuestros seres queridos. Recuerdo a tu papá cargando en el auto a los chicos de tu barra, riéndose con ellos, compartiendo su entusiasmo en los recitales de rock, buscándolos a la salida de los bailecitos y comprándote, a vos y a ellos, refrescos para calmar esa sed de cuatro o cinco horas de incesante movimiento. ¿Sabés que creo que nunca lo oí gritar? Ni lo vi perder la calma, hacer algo grosero o de mal gusto. Un poco en broma, un poco en serio, algunos le decían "el Duque". Porque él era un "señor" con jeans y campera y mocasines, y nunca tuvo que decir "soy un señor" para que la gente supiera que lo era. El señorío fluía de su ser, de su desenvoltura, de su naturalidad para hablar de cualquier cosa con un respaldo seguro de conocimiento del tema, pero sin jactarse de saberlo. Tenía una receta infalible para que lo quisieran: quería a los demás. Toda su energía era un manojo de fuerzas positivas. Y toda esa energía positiva era la que producía esa luz que emanaba de él iluminando lo que lo rodeaba. Por eso, ahora que su voz ha resbalado por las laderas de unas montañas quietas, su suave voz cayendo y alejándose, rodando como un cántaro roto en el infinito precipicio de la muerte... Por eso, ahora que sus ojos enormes y tiernos, que nos miraban con interés y amor, se entornan irremediablemente... o quizás estén buscándonos siempre desde un vuelo invisible de altos astros distantes... Por eso, ahora que sus manos hábiles y fuertes no rozan tus mejillas todavía redondas, por lo menos de aquella manera tibia y presente... la luz ha disminuido. Ahora tiene, la luz, su intensidad concreta, natural, ordinaria. Le falta ese fulgor que él le agregaba. Hay pocas personas así, que pasan por el mundo con el don especial de darnos paz, de serenar a las fieras que se pelean en las almas de los hombres. Tu papá fue una de esas personas. Nos queda la alegría de haberlo conocido y de haberlo amado.
Poldy Bird
De su libro: "Ventanas".
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