Género y sexo
El error deviene de confundir género con sexo. En todos los idiomas, las palabras o términos tienden a mantener un género, que sin embargo no necesariamente guarda relación con el sexo.
Martes 02 de Julio del 2013
Por: Ronny Ugarte Quirós.
Un lector que no quiere que haga constar su nombre me consulta: “¿Es correcto el uso que actualmente hacen sobre todo los políticos de frases como ‘señores y señoras diputados y diputadas’, o como “los niños y las niñas”, y cosas de ese tipo?”
La respuesta es que, en términos gramaticales, es un rotundo error y una falta de economía lingüística.
El error deviene de confundir género con sexo. En todos los idiomas, las palabras o términos tienden a mantener un género, que sin embargo no necesariamente guarda relación con el sexo. Por mucho que a las feministas les suene mal decir “los niños” para englobar a niñas y niños por igual, en nuestro idioma al referirse a un grupo se usa el género masculino. Se debe decir, entonces, “señores diputados”, y no persistir en esa redundancia absurda de decir “señores y señoras diputados y diputadas”. Viendo el asunto desde una perspectiva contraria, a las personalidades importantes en varios lugares se les llama “Sus Excelencias”, así, en género femenino… y a nadie se le ocurre decir “sus excelencios y sus excelencias”. ¿O qué me dicen de “Su Eminencia”, que se aplica a prelados y a sabios sin distinción de sexo?”.
Tampoco se debe feminizar todo. Actualmente se ha aceptado que se diga “la Presidenta” (en este caso con alguna discusión de por medio, pues es un cargo que define la función, es quien preside, pero a nivel popular se ha impuesto), “la diputada”, pero no se acepta, por ejemplo, “la miembra”, sigue siendo de rigor decir “la miembro”.
Esto es así debido a que, como dije al principio, los términos tienen su género “por defecto”, aunque no tengan sexo, y no hace falta, por cuestión de economía, andar inventándoles géneros nuevos. Por ejemplo, “la silla” es de género, pero no de sexo, femenino. Es así como se da el caso de “el agua”, que es de género neutro y por ello tiende a masculinizarse en su singular, aunque cuando se transforma en plural adquiere su característica femenina “las aguas”. Y es por eso que nuestro idioma se presta a situaciones poco definidas, como por ejemplo el diminutivo de “mano”, que en su forma regular nadie duda de que es de género femenino, pero en su diminutivo no hay decisión sobre si decir “la manita” o “la manito”.