Hemos venido explicando cuál es la mentalidad que, como esquema general, motiva a la ciencia para tratar de explicar la realidad. Pero hoy quisiera dedicarme al lado humano de la ciencia, es decir, los científicos.
Si bien en su mayoría los científicos tratan de ser objetivos, y de que los hechos sean los que imperen en sus razonamientos, especulaciones, pruebas y conclusiones, hay que reconocer que como humanos, a menudo son tan mezquinos, subjetivos y egoístas como el que más.
Quizá el más reconocido científico de todos los tiempos fue sir Isaac Newton. Nadie puede negar que sus aportes a la física y la matemática fueron fenomenales, fundamentales para el conocimiento y la física moderna. Pero como persona era bastante desagradable. Siempre pensaba que tenía la razón, y si alguien rebatía sus argumentos, lo trataba con absoluto desprecio hacia el intelecto de su rival. Es bien conocida la agria disputa que mantuvo con Leibnitz sobre quién fue el creador del cálculo, al grado que cuando Leibnitz murió, al recibir la noticia de que lo había hecho relativamente en la pobreza y mucho más ignorado que él mismo, el gran Newton, se regocijó sin ambages.
También es cierto que a menudo se comportan de modo terco, al no querer creer en lo que la evidencia va marcando. Así le pasó nada menos que a Albert Einstein, para quien toda la Mecánica Cuántica le parecía absurda y de hecho murió convencido de ello, a pesar de que ya en su tiempo se empezaba a corroborar que muchos de sus asertos eran válidos.
Desde luego, también hay casos de científicos que honran a la ciencia. En 1900, tres de ellos, Hugo de Vries, Carl Correns y Erich von Tchermak habían estudiado y descubierto, luego de años de investigación, las leyes de la herencia. Cuando estaban a punto de publicar sus resultados, hicieron una última revisión bibliográfica y descubrieron que ya en 1866, un monje agustino, Gregor Mendel, había publicado los mismos resultados. Y en un acto de honradez que es orgullo de la ciencia, a pesar de todo el esfuerzo que ellos mismos habían invertido, no dudaron de darle a Mendel todo el crédito.
La ciencia continúa siendo la mejor aproximación que tenemos a la realidad, y sus logros han sido magníficos. Es por eso que las pseudociencias resultan tan nocivas, pues usualmente representan un uso inadecuado de las capacidades inquisitivas de muchas personas, cuyas mentes podrían ser de brillantes científicos, y en cambio se pierden para la ciencia.