“¿Es cierto que Mozart no se llamaba Amadeus?” (Roxana Abarca).
Su verdadero nombre era Joannes Chrysostomus Wolfgangus Theophilus Mozart. Lo de “Amadeus” trascendió cuando, luego de dar un concierto ante la corte de un príncipe prusiano, éste lo rebautizó como Wolfgang Gottlieb (literalmente, “amado por Dios”). El nuevo nombre le pareció tan cursi y ridículo al propio Mozart, que frecuentemente se mofaba del mismo en cartas a sus amigos, diciendo cosas como “en adelante van a tener que llamarme Wolfgang Amadeus”, utilizando la traducción al latín de la palabra alemana.
“¿Es cierto que la penicilina no fue descubierta por Alexander Flemming?” (Eduardo González).
Sí y no. Efectivamente, no se le puede negar a Flemming que fue el primero en reportar por las vías académicas aceptadas el descubrimiento de que lo que posteriormente fue desarrollado como el primer antibiótico sintetizado, a partir de los efectos bactericidas que, según se cuenta, descubrió casualmente en una muestra donde había inoculado el hongo Penicillium chrysogenum. Pero él nunca negó que comenzó a investigar las propiedades bactericidas de distintos hongos como bactericidas debido a que conocía tradiciones e investigaciones previas que indicaban esa posibilidad. También es cierto que un estudiante de medicina francés llamado Ernest Duchesne hizo exactamente el mismo descubrimiento que Flemming tres décadas antes, pero no se le dio publicidad a su descubrimiento y cayó en el olvido. También hay pruebas de que nuestro Clodomiro Picado también hizo ese descubrimiento, e incluso fue pionero al tratar pacientes con el antibiótico sintetizado, y sus experiencias fueron publicadas en la Sociedad de Biología de París en 1927, es decir, un año antes que el descubrimiento de Flemming. Pero al igual que Duchesne, a su descubrimiento no se le dio suficiente publicidad, como sí ocurrió con Flemming.
“¿De qué color es el universo?” (Sebastián Molina, de 7 años).
Como suele ocurrir, los niños hacen las preguntas más interesantes. Solemos pensar que el universo es básicamente de un color negro profundo, y en cierto modo es así, debido a que es como lo vemos: una especie de telón de fondo negro tachonado de puntos luminosos, que son planetas, galaxias, estrellas, etc. Pero si tomamos un promedio de todas las frecuencias luminosas emitidas por esos objetos, e incluimos en el promedio el “fondo” negro, resulta que el color del universo se aproxima al café claro, o beige.