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General: LA NIÑA DE CHOCOLATE
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De: Alimev (Mensaje original) |
Enviado: 20/02/2014 00:48 |
La niña de chocolate
Autor:Alexix Gómez
La tarde era clara y agradable en la ciudad. Los dorados rayos del sol se descolgaban desde el cielo precipitándose hacia tierra e iluminaban todo lo que se encontraba a su paso. El parque de la ciudad, hogar de exóticos habitantes del reino animal, se había preparado para recibir la visita de los personajes más ilustres de la comunidad, los niños. Era un día especial para los pequeños invitados. El lugar estaba invadido por personajes de la diversión, como si el circo se hubiera detenido brevemente en su recorrido para deleitarlos con su show. La música parecía no tener un lugar de origen. Las melodías indistintas se escuchaban aquí y allá, mezclándose en el aire en un bullicio ensordecedor. Los vendedores en sus puestos de frutas, helados, juguetes y dulces, competían pregonando en alta voz sus productos. Los árboles y las luminarias hermosamente decoradas vestían colores diversos que le otorgaban a la jornada un aire carnavalesco. Los niños luciendo sus mejores atuendos revoloteaban como abejas entre la gente que amontonada discurría de puesto en puesto, mirando un poco allí y otro poco allá. Camila era parte de la multitud. Hija única aun cuando no quería serlo. A pesar de sus exigencias y peticiones no había logrado que mamá y papá le otorgasen un hermano o hermana. Sus ruegos también se dirigieron al cielo, “tal vez Dios me ayude” pensaba en ocasiones. Pero sus plegarias tampoco surtían efecto, “quizás no he sido lo suficientemente buena” reflexionaba en otras ocasiones. Sin hermanos y amigos, pues además era nueva en la ciudad, sus juguetes se transformaron en su mejor compañía y su enorme habitación en su refugio ideal. Camila deambulaba graciosa y serena. Cubría su cuerpo de rosado un veraniego vestido que terminaba en sus rodillas. Unas diminutas sandalias blancas impedían que sus pasos fueran a pie descalzo. Amante de los dulces Camila no desaprovechó la tentadora oferta de papá para degustar una apetecible manzana confitada, con lo cual la travesía por el parque se volvió un poco más dulce. Repentinamente se sintió arrastrada hacia su derecha. Su mano prisionera ahora de la mano de mamá, era dirigida en dirección a un puesto de cachivaches. Peines y cepillos para acariciar el cabello, trabas y cintillos para mantenerlo fijo y ordenado. Los habían grandes y pequeños, rojos y amarillos, blancos y rosados. Mientras mamá y papá debatían respecto del artículo más adecuado y el color más apropiado, sin considerar ni un solo momento la opinión de su hija, los ojos de Camila se clavaron en el puesto de enfrente. “La chocolatería de Don Juan” así lo indicaba un enorme letrero colgado en la parte superior del stan. - Chocooolaaate… mmm – se dijo en un susurro inaudible. Sin tomar en cuenta el entuerto que enfrentaba a sus progenitores se sintió impulsada a cruzar hacia el frente. Para su deleite el puesto estaba ataviado de figuras chocolatadas de variados diseños y tamaños. Aves y mamíferos, frutas y verduras, enanos y payasos. Una cortina de manos pequeñas le impedían ver con claridad los productos en vitrina. Además de ella el encanto del chocolate atrapaba a otros por igual. Alzando su cuerpo sobre las puntas de los dedos de sus pies consiguió una mejor panorámica. Su mirada rápidamente se paseo por la vitrina cuando inesperadamente una figura a todas luces común captó especialmente su atención. Camila había logrado apreciar algo que para los demás no tenía importancia. Ahí, en medio de aquella pequeña comunidad de chocolate, yacía una niña de aspecto ceñuda. De extremidades cortas y torso pequeño, parecía tener un vestido con forma de campana. Lo que más le llamo la atención fue contemplar su rostro feliz. Una enorme sonrisa se dibujaba en su redonda carita. Camila sintió que sus miradas se encontraron abruptamente. No podía comprender la sensación que invadió y recorrió su cuerpo, pero aquella primera impresión pareció suficiente para convencerla del siguiente paso que debía dar. Sintió compasión de su destino. Aquella niña chocolatada de mirada y sonrisa singular, no podía acabar sus días engullida vorazmente por alguno de los presentes. “Debo salvarla” pensó fugazmente al momento que volteaba a gran velocidad para buscar a sus papás. En un abrir y cerrar de ojos había conseguido arrastrar a sus padres hasta el lugar. Con dinero en mano se esforzaba en penetrar la muralla de niños que se interponía entre ella y el vendedor. Estirando al máximo el brazo logró depositar las monedas sobre el mesón exigiendo al locatario la figura deseada. Lentamente la claridad del día se fue disipando, auque la alegría no parecía menguar. Los entretenimientos no abandonaban el parque. Los payasos aún actuaban. La música continuaba inundando el ambiente. Los chinchineros persistían en sus giros y danzas. La tarde prometía diversión para quienes la buscaran, pero para Camila la jornada había llegado a su fin. La familia Valenzuela se abría paso entre la multitud abandonando el lugar. Camila lideraba la marcha que los llevaba de regreso a la protección del hogar. Como un enorme y oscuro mantel la noche se desplegó sobre un cielo despejado. Las luces de la ciudad tintineantes comenzaban a resaltar en la creciente oscuridad. Camila ya en su hogar se prepara en su alcoba para poder descansar. En un rincón de la habitación sobre un viejo baúl que atesoraba recuerdos de un pasado reciente y donde la luz llegaba débilmente, Camila era observada por la Niña de Chocolate. Una vez el pijama envolvió su cuerpo, se deslizo por la alfombra suavemente hasta ubicarse frente a su peculiar invitada. Luego de observarla detenidamente por un breve momento finalmente se atrevió a preguntar. - ¿Cómo podías estar tan feliz en el parque si te iban a devorar? – Pero la Niña de Chocolate no podía responder, pues sus labios no se movían. - ¿Te sientes más segura ahora? – inquirió nuevamente su anfitriona. Pero su amiga chocolatada parecía no reaccionar. La misma sonrisa que esa tarde la había cautivado, se tornaba diferente, vaga y distante. - ¿Qué te pasa? – preguntó nuevamente mientras acortaba la distancia que la separaba de ella. Aparentemente Camila no tenía ganas de dejar de hacer preguntas. - ¿Acaso te molesta el envoltorio que atrapa tu cuerpo? – sin esperar una respuesta que sabía no escucharía, quitó delicadamente la pieza transparente de papel celofán que la protegía de la temperatura. Cuando hubo acabado volvió a acomodarla suavemente sobre la superficie del baúl. - Bien, creo que eso era. Así estarás mejor. – afirmó mientras se esforzaba por evitar bostezar – mañana podremos charlar largo rato. Descansa. – dijo finalmente a medida que como imán, era atraída por la calidez y comodidad de su cama. A la mañana siguiente Camila se levantó rápido para ir al colegio. En su apuro olvidó la presencia de su amiga y desayunando como el rayo, tomó sus cosas y desapareció por la puerta. La jornada escolar transcurrió lentamente. El día estuvo especialmente caluroso para la temporada, la luminosidad del Sol lo cubría todo y la habitación de Camila se calentó como un horno. Pasos y tropezones apresurados se oían a la distancia. Era Camila que como flecha atravesó la puerta y se internó en su refugio. Su mochila precio de su impaciencia fue a estrellarse contra el piso y dirigiendo su mirada hacia el baúl notó impactada que su amiga se encontraba desmayada. Con sumo cuidado la incorporó nuevamente y tal fue su asombro que se quedó sin habla. La Niña de Chocolate ya no sonreía. Sus ojos alicaídos y sus labios horizontales hablaban sin hablar. La tristeza parecía dominarla. - ¿Qué te pasa? – preguntó preocupada, mientras un breve silencio inundaba la habitación. - ¿Te sientes triste porque te deje sola gran parte del día? – esperó en silencio aún sabiendo que no habría respuesta. – ¡¡Sí, eso debe ser, pero ya llegué, ¿ves?!! Pasaremos el resto de la tarde juntas, jugaremos y te contaré como estuvo mi día en el colegio. Así la jornada se prolongó hasta el atardecer. El cansancio hizo presa de Camila y la animó a descansar en la noche que poco a poco se dejaba caer. Cuando los primeros rayos de luz ingresaron en la habitación acariciando tibiamente el rostro de Camila, el sonoro tintineo de la alarma del reloj, indicó que era la hora de arreglarse para raudamente al colegio ir a estudiar. El nuevo día fue tan caluroso como el anterior. El termómetro parecía estallar y en verano daba la impresión estar. Nuevamente Camila apresurada regresaba a tropezones. La mochila esta vez fue a estrellarse en la muralla y dirigiendo su mirada hacia el baúl notó otra vez impactada que su amiga se encontraba desmayada. Con sumo cuidado la incorporó nuevamente y tal fue por segundo día su asombro que se quedó sin habla. La Niña de Chocolate no solo ya no sonreía, ahora sus labios estaban totalmente caídos formando una especie de medialuna invertida. Sus ojos estaban cerrados y sus brazos pegados al cuerpo. De los ojos de Camila diminutas gotitas descendieron por sus mejillas. Todo parecía confuso para ella. Juntas tuvieron una agradable y divertida tarde el día anterior. Jugaron, rieron y hasta bailaron. Pero nada fue suficiente. Su chocolatada amiga no era feliz. La sonrisa que la adorno aquella tarde en el parque se había perdido. “¿Qué había pasado? ¿Qué hice mal? ¿En qué fallé?” Muchas preguntas la asediaron mientras en sus palmas reposaba su debilitada compañera. - ¿Qué fue lo que te hice? – susurró al momento que se erguía con el cuerpo. En ese preciso instante el rostro de su amiga se torció levemente hacia el piso indicándole a Camila lo que se hallaba a sus pies. El envoltorio que cubría a La Niña de Chocolate reposaba a un costado. Camila no tardó en recogerlo y detenidamente lo observó. Una breve escritura se hallaba impresa. “Producto elaborado para provocar la sonrisa de un niño” De pronto todo se volvió claro. Las respuestas llegaron comprendiendo al momento la misión de su amiga. “Provocar la sonrisa de un niño” - ¿Qué tonta he sido? – se dijo mientras la cubría la tristeza. Se sentía culpable de la condición de su amiga. - ¿Qué debo hacer ahora? – susurro para si. – Dime, ¿Cómo puedo…? – No acabó de realizar la pregunta cuando las palabras del envoltorio sacudieron su cabeza. “Producto elaborado para provocar la sonrisa de un niño” – mmm… síí, claro! Eso es. – prorrumpió en una sonora afirmación. - Un niño o niña que más da, debo encontrar a alguien a quien obsequiarte. – dijo a medida que salía de su casa. Rápidamente se dirigió a una plaza cercana a su hogar. Allí se reunían los niños del sector a jugar. Observó y observó y ni una sola cara triste contempló. Todos los niños se veían felices. Jugaban, corrían, se deslizaban en los resbalines y balanceaban en los balancines. Entendiendo que el regalo debía provocar una sonrisa y que al los niños del lugar la sonrisa les brotaba solamente con jugar, pensó que se había equivocado nuevamente y en otra parte debía buscar. Cuando se disponía a marchar una figura al otro lado de la plaza atrapó su atención. Allá a lo lejos en una banca se hallaba una niña sentada sin compañía. Con lentitud se acercó evitando ser vista y observándola por un rato comprobó que estaba sola. La niña tenía un semblante apacible y en sus ojos se notaba una mirada perdida. - Es ella. – dijo Camila a su amiga chocolatada que en sus manos sostenía. Lentamente y pesándole los pies se dirigió hacia la banca para cumplir la misión. Cuando allí hubo llegado se quedó petrificada. No podía hablar ni moverse. “¿Qué hago ahora?” pensó. En ese instante la niña de la banca levantó la vista observándola con curiosidad. “Ahora o nunca” pensó Camila dándose valor. - Hola, soy Camila. Veo que eres nueva o por lo menos eso creo… – dijo algo nerviosa. – en fin, eh… yo también lo soy… – un breve silencio se produjo entre ellas, pero para Camila se volvieron segundos eternos. - Hola, – respondió la muchacha – me llamo Francisca y si, soy nueva también. La respuesta de la muchacha quitó a Camila un enorme peso de encima. Sintió un gran alivio y una confianza renovada para dar el paso final. - ¿Quieres un chocolate? – preguntó Camila extendiendo la mano. Una enorme sonrisa se dibujo automáticamente en el rostro de Francisca. - Síí, gracias – afirmó con entusiasmo recibiendo el obsequio. Al ver aquella espontánea y sincera sonrisa, Camila recordó el feliz rostro de su amiga de Chocolate aquel día soleado en el parque de los niños. Ahora en un día tan bello como ese, la Niña de Chocolate cumplió finalmente su misión. Ambas habían ganado y Camila encontró una amiga de verdad. Francisca, la niña de la plaza.
FIN.
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