Ser productivo es importante, y hasta necesario, para una vida plena y satisfactoria. Sin embargo, hacer sin descansar puede perjudicar mi salud. También puede impedir que reconozca mi valor intrínseco y que experimente amor.
Restauro mi bienestar tomando tiempo para sencillamente ser. Dejo ir la preocupación y la inquietud mental y me centro en la paz divina. Desisto de la creencia de que tengo que hacer y lograr más para merecer el amor y la aceptación de Dios.
El Amor divino lo abarca todo; de hecho, es la esencia de mi ser, y no tengo que hacer nada para ganarlo. Al sosegarme y sencillamente ser yo mismo, soy revitalizado. Al regocijarme en la quietud, experimento mi unidad eterna con el amor y la paz de Dios.
Cada fiesta o evento provee una oportunidad para expresar Amor divino. Me preparo reconociendo la presencia de Dios en toda persona. Cuando llego al lugar de la reunión, el amor irradia en mí y por medio de mí según honro la divinidad en todos a mi alrededor. Soy paciente, amable, respetuoso y ameno.
La actividad de Dios en mí —el amor— fluye por todo mi ser. Esta circulación constante de energía actúa como un imán que atrae más amor a mi vida. Participo en las actividades a mi alrededor con un corazón afable y abierto. Veo lo mejor en mis familiares, amigos y compañeros de trabajo. Afirmo: El amor en mí saluda y honra el amor en ti.
Me regocijo al dar y recibir Amor divino y vivir la vida al máximo.
Todo el que ama es hijo de Dios y conoce a Dios.—1 Juan 4:7