Al caminar por un jardín lleno de flores, me deleito por la variedad de colores y fragancias. Cuando hago una pausa y observo más cuidadosamente, veo que no hay dos flores idénticas.
Aprecio tanto la belleza exquisita del jardín como la contribución singular y única que cada flor ofrece. Percibo la belleza de Dios en la hermosa diversidad de colores, formas y fragancias.
Al crecer en conciencia espiritual, reconozco que la familia humana, todavía más magnífica que un jardín lleno de flores, refleja la belleza y la gloria de Dios. Cada grupo étnico, cultural y espiritual en la familia humana enriquece nuestra experiencia humana. Cada persona expresa la belleza de Dios de manera única.