Dejo ir toda lucha, y permito que Dios sea mi inspiración.
Cuando digo: “Dejo ir y dejo a Dios actuar”, ¿qué dejo ir y qué permito que surja? Dejo ir la condenación y hago espacio para el amor incondicional de Dios. Dejo ir la oscuridad y el pesar, y acojo la luz y el gozo de Dios. Dejo ir la lucha, la escasez y la limitación, y abro el camino para la paz, la sustancia y el poder de Dios.
En mi tiempo de oración y meditación, me convierto en un niño que escucha a una madre o a un padre amoroso. Dejo de decirle a Dios lo que sé y sólo busco conocer Su presencia. Dejo ir la comprensión limitada, y permito que Dios en mí me proporcione comprensión espiritual. Al dejar ir los problemas mundanos, mi carga se disipa y me regocijo en el reino de Dios en mí.
Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios.—Lucas 18:16
Al actuar desde mi naturaleza divina, perdono los errores.
Las palabras dichas sin pensar y por frustración o enojo pueden ser hirientes. Si recibo palabras poco amables de parte de otra persona, tengo la opción de perdonar o de fomentar la amargura. Elijo perdonar.
En ocasiones, todos hemos sido imprudentes o descuidados, así que determino perdonar a los demás, perdonarme a mí mismo y dejar ir cualquier resentimiento. Elijo pensamientos y palabras afables. Los pensamientos que mantengo y las palabras que digo son expresiones del amor siempre presente de Dios, y los elijo cuidadosamente. Me comprometo a llevar mi vida como la expresión de Dios considerada y amorosa que soy.
Tengan cuidado. No vayan a perderse la gracia de Dios; no dejen brotar ninguna raíz de amargura, pues podría estorbarles.—Hebreos 12:15
Reconocemos el orden divino cuando vemos que una semilla germina. Algo maravilloso ha sucedido a un micronivel. La semilla respondió a la tierra y creció. El patrón en la semilla, el retoño y la planta fue ordenado de manera divina.
Soy como una semilla que germina y crece, y me convierto en todo lo que puedo ser. El orden divino ha estado activo en mi vida desde el día en que nací. Percibo su evidencia cuando experimento nueva comprensión espiritual, logro una meta nueva o me encuentro en el lugar correcto en el momento correcto. Mi fortuna es grande. Mi corazón rebosa. Todo está en orden divino.
El reino de Dios es como cuando un hombre arroja semilla sobre la tierra: ya sea que él duerma o esté despierto, de día y de noche la semilla brota y crece, sin que él sepa cómo.—Marcos 4:26-27