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Cuando los dos sabemos que nos gustamos,
pero el destino entrelazado en sombras
nos separa, cada mirada furtiva y cada gesto
tierno son como flechas que atraviesan el alma, pero el eco de la distancia se impone,
y el amor se disfraza de silencio. Te miro, y tus ojos hablan en secreto,
en sus pupilas arde la misma llama,
pero hay algo que nos ata, que nos frena, como un muro invisible que nos aleja. Nos deseamos, sí, como dos planetas
que giran, pero nunca logran colisionar. El viento acaricia nuestras pieles como si entendiera el dolor de la espera. Y aunque tu sonrisa me revuelca el pecho
y el sonido de tu voz resuena en mis sueños, sabemos que lo nuestro no puede ser,
que el momento adecuado aún no ha llegado,
y el tiempo, implacable,
marca el compás de nuestra tristeza. Nos gustamos, y ese es el secreto compartido, un sentimiento que flota entre las palabras
no dichas, que habita en la frontera
entre el amor y el deseo, pero que no puede
dar un paso más allá, porque las circunstancias,
crueles y ajenas, nos han enseñado a esperar, a soñar desde lejos. La verdad es amarga, pero la conocemos bien:
lo que sentimos es real, pero aún no es el momento. Y aunque quisiéramos, no podemos ser uno, porque hay puertas cerradas
que no podemos abrir, y hay caminos que,
por más que los recorramos, siempre nos conducirán de vuelta a este lugar
donde nos miramos, pero no podemos tocarnos. Y así seguimos, bajo el mismo cielo,
deseándonos en silencio, en secreto. Porque aunque nos gustemos con la fuerza
de un mar y nuestras almas se reconozcan
en cada latido, sabemos que este amor,
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