Escena 5ª
Doña Carmen.- Te digo, Armando, que si la Virgen bendita ha escuchado mis oraciones y mis constantes ruegos, volverá a reinar la dicha en este santo hogar, que fue, desde que se casaron, un nido caliente que albergó un cúmulo de bendiciones del cielo.
Armando.- Y no lo dudes, querida tía. Dios escucha cuando se le pide con la fe que preside todos los actos de vuestra vida ejemplar y que yoi, en mis quiméricos ensueños, ansiaba compartir.
Doña Carmen.- ¡Armando!... ¿Qué estás diciendo?.
Armando.- Lo que acabas de oírme. He fingido ante mi prima, mostrando una indiferencia que no existía. Lo hice siempre, y precisamente por aquello que más me atormentaba. ¡Cuántas emociones desoladoras y melancólicas invadían todo mi alma y todo mi corazón, al verla sufrir tanto por aquel amor perdido!. Pero mi cerebro pensaba, era fuerte mi voluntad y supe ocultar mis sentimientos. Vencí, querida tía, y dejé que otro hombre, el que tenía que ser, el que necesitaba el espíritu enfermo de mi prima, se encargase de arrancar del santuario de su corazón aquel continuo recuerdo que era su martirio y el de todos los que, queriéndola tanto, la consolábamos con caiñosas palabras de aliento. Esta es la triste verdad, tía. Después de esta sincera confidencia guarda el secreto, que yo te aseguro que estoy completamente curado de aquella inquietud de mi alma y tengo la firme convicción de que soy muy feliz cuando la veo dichosa, alegre, satisfecha. Tan convencido de esto como de que Julia jamás sospechó nada. Mis palabras se detenían en sus oídos; en cambio, sus silencios llegaban a lo más hondo de mi ser.
Doña Carmen.- Jamás, querido Armando, pasó por mi imaginación nada de lo que acabas de revelarme. ¡Que tu prima pudiera enamorarte!... Sin embargo, pensando detenidamente en tus palabras creo que encontraré en tus maneras de proceder algunos detalles... Aquellas visitas tuyas, tan frecuentes al principio, poco después de la muerte de Jorge, tan distantes luego... a medida que transcurría el tiempo. Aquel bondadoso deseo tuyo de llevar el corazón de Julia por las rutas del olvido hablándole de la abnegación y hasta del heroísmo en estos casos. Le hablabas también de que algún día otro amor, un cariño puro y generoso sería para ella el mejor remedio para gozar de un merecido sosiego espiritual. Yo no te comprendía entonces, y ahora...
Armando.- Eso ya terminó, querida tía. Ten por cierto que es así. Sólo quiero preguntarte lo siguiente: ¿Julia sabe la tragedia vivida por Carlos?.
Doña Carmen.- No. Carlos le hizo saber, en alguna ocasión, y creo que antes de casarse, que tenía justificados motivos para vivir embargado por una profunda tristeza; pero jamás le refirió la dramática escena de la que fue desgraciado testigo, y después, en la vida matrimonial, no recuerdo verle con aquella amargura qque constantemente llevaba en el rostro.
Armando.- Y Julia, ¿no sintió nunca deseos de saber el pasado de Carlos?.
Doña Carmen.- Julia, que es muy sensata, como sabes, se cuidó mucho de no "bucear" en el pasado de su esposo. Procuró darle mucho interés, mucha gracia, un especial encanto al presente, en beneficio de la felicidad de ambos. El dolor se extingue, pero deja en nosotros una deformación. No sé dónde ha leído que el sufrir pasa, pero no pasa el haber sufrido. Ni a ella, ni a él les convenía remover las cosas que fueron. Julia, la conozco muy bien, no preguntará nunca sobre esos extremos a su marido.
Armando.- ¿Y don Gregorio, viene mucho por aquí?.
Doña Carmen.- Varias veces al día. En cualquier momento libre de sus ocupaciones, aquí le tienes. Quiere a Julia de una forma inexplicable. Al niño, es tal el cariño que le profesa, que te digo, Armando, que no encuentro palabras para decírtelo, porque por mucho que tratase de hacértelo ver con mil detalles, todos muy elocuentes, habría de ser pálido ante la realidad. He escuchado de sus labios frases como ésta: "Daría mi vida por la de ese niño".
Armando.- Siempre lo he pensado así. Es la bondad personificada. ¡Cuánto me alegra esto, tía Carmen!.
(Entra Lola)
Escena 6ª
Lola.- Señora, espero sus órdenes para preparar lo que usted crea necesario para el almuerzo.
Doña Carmen.- Iré yo a la cocina, pues hoy son don Gregorio y mister Wood forzosos invitados. Si las impresiones recogidas por sl sabio doctor fueran satisfactorias, consiguiendo ya en sus primeras intervenciones alejar la gravedad de mi nieto, creo que pasaremos un rato delicioso. Me entusiasma conversar con hombres de tan extraordinaria cultura. Esto sirve de aliento al espíritu.
Amando.- Así lo espero, tía. No quisiera equivocarme. Me da el corazón que este hombre saca el niño adelante.
(Cuando Armando dice esto, entra Julia)