En Octubre de 1993, a raíz de un accidente doméstico,-(resbalé sobre un piso recién encerado)- sufrí una herida cortante en el codo izquierdo que requirió cuatro puntos de sutura.
Esto hubiera pasado desapercibido si mi brazo no se hubiera hinchado de la forma en que lo hizo, al punto que me era imposible mover los dedos de la mano.
Mi médico, preocupado ante tan desmesurada reacción, me preguntó si alguna vez me había hecho un H.I.V., porque no era normal que una supuesta infección se produjera en tan poco tiempo y con tal virulencia.
Le contesté que no, pero que tampoco tenía "malas costumbres", ni era drogadicto, ni promiscuo, pero él se mantuvo inconmovible: me prescribió un H.I.V.(VIH)
Cuando llegué al laboratorio de mi amigo Pedrito Lodes, éste se largó a reír:
-¡Al fin caíste, viejo verde!
La broma no me hizo mucha gracia y le hice saber que el asunto era urgente, razón por la cual me sacó sangre de inmediato, la puso en un tubo de ensayo y se metió en su laboratorio.
Le pregunté cuál era el resultado y me contestó que recién me lo podría entregar a las ocho de la mañana del día siguiente...
Cuando llegué a mi casa, sólo, en mi cuarto, mirando el cielorraso de mi habitación que parecía el telón de un cine en el que pasaban la película de mi futuro, me pregunté: ¿Quién voy a ser mañana?
¿Qué les diría a mis hijos, a mis nietos, a mis amigos, si el H.I.V. me diera positivo? ¿Qué pensaría de mí toda esa gente?
Pero lo que más me dolió y me preocupó fue pensar en todos aquellos enfermos de Sida a los que yo había ignorado olímpicamente hasta este día...
¿Con qué cara me presentaría ante ellos para decirles: ¡Hola, muchachos! ¡Ayúdenme porque ahora soy uno de ustedes!?
¿Con qué derechos, yo, que siempre había pensado que el Sida era algo así como un castigo divino, me iba a presentar como "víctima" inocente, si siempre, ante cada H.I.V. positivo que conocía yo pensaba: "¡Por algo será!"?
No pude dormir. Creo que fue la noche más larga de mi vida y en mi desvelo me puse a escribir un poema para esta Humanidad, enferma de Sida, con el arrepentimiento y el amor de "Juan".
Cuando a la mañana siguiente fui al Laboratorio a buscar el resultado del H.I.V., Pedrito, con una sonrisa divertida me gritó: "¡Zafaste, Juanca! ¡Zafaste!"
Yo lo miré sin sonreírme y le contesté la verdad: -"No, Pedrito, no zafé...¡Estuve toda la noche con Sida!"
Mi brazo se desinflamó, mi vida retornó a la "normalidad" pero el día mundial del Sida, hice trescientas copias de mi poema, firmado solamente con mi nombre: "Juan", y los repartí, por la calle, doblados en cuatro, a cuanta persona se me cruzó.
"- Por favor, léalo luego, en su casa...¡gracias!"
Cuando terminé de repartirlos me fui al "Café de la Ciudad", donde pedí un café, y, mientras lo esperaba, un flaquito pelirrojo de escasos veinte años, se me acercó y, poniéndome una mano sobre el brazo, me preguntó, con lágrimas en los ojos:
-"Flaco...¿vos también?"
Levanté mis ojos hacia esa cara pecosa y casi infantil que me miraba y me decía, con esas lágrimas que, si yo hubiera estado realmente enfermo de Sida, ellos se hubieran ocupado de mí, porque el dolor enseña mucho más que la imaginación o la inteligencia y purifica mejor que intenciones o palabras...
Le tendí el café recién servido, le apreté el antebrazo con ternura y él me acercó una servilleta en la que estaba escrito un número telefónico que supuse que era suyo. Terminó su café, me dió un beso en la mejilla y se fue. Nunca más lo volví a ver.
Al día siguiente el Diario Jornada de Trelew, en su suplemento de Puerto Madryn, publicó completo mi poema sobre la muerte, Dios y el Sida, pero no decía solamente "Juan", como el original repartido por mí, sino Juan Alecsovich, como si hubieran sabido que el poema lo había escrito yo.
Días después llamé al número que me había dado el pelirrojo y, cuando me identifiqué, el que me atendió me dijo que su hijo de veinte años había muerto de Sida unos meses antes y que días atrás, al leer mi poema en el diario, había llorado pensando que a él le hubiera hecho bien leerlo porque se había sentido muchas veces discriminado por su enfermedad.
Colgué el tubo en silencio y lloré... No por él que ya estaba más allá de mis lágrimas, sino por mí que había vivido una seguridad inexistente y sin sentido.
Aquí termina mi historia sobre un poema escrito bajo la presión de un momento muy particular que, me hizo ver desde una óptica distinta, algo que muchos, todavía, no parecen querer ver.
Para una Humanidad enferma de Sida con el amor de Juan...
SI VOLVIERA A VIVIR
Si volviera a vivir, si eso fuera posible,
gozaría más de la Vida.
Dejaría para después de la Muerte
lo que hubiera después de la Muerte.
Dejaría que Dios se ocupara de las cosas
que son de su incumbencia
y buscaría la forma
de integrarme a su Obra
desde adentro de ella.
Si volviera a vivir le daría a mis ideas
la importancia que tienen
entre tantos millones de soles
que se queman inexorablemente...
Usaría sin culpas el don del albedrío
para aceptar las cosas,
así, tan simplemente
como son en sí mismas,
reconociendo el Orden
de un Orden que supera mi razón,
sus razones, sus predecibles usos,
sus previsibles miedos,
su envoltura de carne,
su intrascendente intento
de una supervivencia
que le otorgue dominio
sobre el poder del Tiempo.
Si volviera a vivir, si eso fuera posible,
viajaría hacia dentro de mí,
donde estoy confinado,
estremecido y solo
en esta irrepetible aventura de estar vivo,
en la que sé que muero
porque sería una piedra,
si algo me hiciera eterno.
Si volviera a vivir,
no construiría más templos,
no endiosaría mis miedos,
volvería a la sencilla ceremonia secreta
de saber que estar vivo
es solo una manera de estar
y, quizá el único don que no asumimos
hasta que estamos solos,
abandonados, débiles, al margen
de todo eso que fue la presuntuosa
visión antropocéntrica
que me trajo a este instante
del Cosmos y mi cuerpo...
Si soy, como creía, su verdadera imagen,
Dios, para ser mi imagen,
¡debería tener SIDA!
Nada deshumaniza tanto a los Hombres, como esa estúpida sed de eternidad, que los corrompe; convirtamos a Dios en Dios de Vida, amando, a los que viven...¡todavía!
MI CUERPO
Este es mi cuerpo,
el barco que capeó cien temporales,
la caja que contiene mi tesoro:
huecas felicidades agostadas,
intrascendentes sensaciones instintivas
y trascendentes decisiones: hijos.
Este es mi cuerpo
al que en la lenta y firme
mutación que lo envejece,
desprecié y arriesgué miles de veces
en la felicidad basada en ese olvido
del yo que él encarnaba y contenía...
Metido en él mis plazos hoy parecen
un parpadeo de Dios, una mentira.
Este es mi cuerpo
que fue siempre un medio,
hoy es fiebre, dolor, limitaciones,
anarquizado, débil, disminuido,
se va desentendiendo, distraído,
de mis deseos...
Algo se interpone
entre los dos y lo interpuesto impone
cambios en mi actitud y nuestras vidas.
Este es mi cuerpo enfermo,
este es el precio de nacer, de arriesgar, de haber vivido,
de haberme levantado y erigido
sobre su base, ajena,
de tal suerte
que los dos arribamos a la Muerte:
él, por incauto;
yo, por engreído.
CARTA A MIS SENTIDOS
Toqué mi piel y me sentí a mí mismo
habitante espacial de un eufemismo
sobre el que me dilato y me construyo.
Esta vida que, a veces, me atribuyo
y, otras veces, me endeuda con el Cielo,
puede darle valor a mi arduo vuelo
o convertirse en un fracaso Suyo.
Mi piel es el confín de dos abismos:
uno, desde mi piel a las estrellas
y otro que empieza donde todas ellas
dejan de ser, para que sea Yo mismo.
Si el límite no es límite en sí mismo,
sino una consecuencia asáz fortuita
entre aquello que, siendo, delimita
el territorio de "mi" pertenencia:
¿Dónde empieza o termina mi existencia?
¿Dentro mío o acaso fuera de ella?
Si yo habito y me habitan las estrellas,
mi universo interior: ¿por qué agoniza?
¿Por qué cuando mi mano se desliza
sobre mi propia piel, no toco el cielo,
sino el envase de este desconsuelo
vestido con palabras de tristeza
por esta soledad que en ella empieza?
¿Qué se hará de la piel de mis palabras
cuando esta piel que las contiene se abra
y el límite, olvidándose de ellas,
vuelva a ser otra vez polvo de estrellas?