Me gusta la gente que no le pone obstáculos a la vida,
y que por el contrario vive derribando las alambradas,
rellenando los baches y haciendo que el camino
sea fácil para todos;
y la que en vez de cerrar las manos para formar un puño las
abre para manifestar una bienvenida;
y la que convierte los gritos de ira de los otros en una
canción de esperanza y de felicidad para todos; y la que deja las puertas abiertas, los salones iluminados,
los caminos sin maleza y los sentimientos
sin el camuflaje de las máscaras. Me gusta la gente que no enseña mandamientos sino que
distribuye sugerencias destinadas a limarle
a la vida sus aristas difíciles, y la que siembra sueños para que cosechemos ilusiones, y la que construye aljibes para guardar el milagro de las
lloviznas con destino a las futuras épocas de sequía, y la que sabe jugar a las canicas con las lágrimas
petrificadas que producen las amarguras más enormes, y la que no tiene miedo de sus palabras porque las ha
convertido en la música del diálogo y de la convivencia, y la que levanta castillos de fraternidad con los adobes
que dejaron abandonados la maledicencia y la envidia, y la que sabe jugar en los recreos y habla del paraíso
en los velorios y canta en la soledad de los
caminos para que se nos acorten las distancias. Me gusta la gente que no le teme a la generosidad y
que es capaz de compartir el pan y la confianza, y la que edifica un castillo de arena para que lo habiten
los peces elementales de los últimos sueños, y la que frente a la tropa del dolor muestra
los abanderados de la fortaleza, y la que reparte a manos llenas lo que no tiene porque
sabe que lo importante no es regalar lo que nos sobra
sino ofrecer lo que a los demás les hace falta. Me gusta la gente que tiene el valor de reconocer
sus limitaciones y sus propios errores, y a la
que no le tiembla la voz cuando pide perdón humildemente. Me gusta la gente que se equivoca, la que es capaz
de redactar una enmienda, la que intenta pintar un
paisaje aunque no tenga manos, la que trata de cantar
una canción aunque no tenga labios, la que dá amor
y ternura y entendimiento aunque las
circunstancias la hayan dejado sin corazón. Me gusta la gente que no le dice que no a nada,
la siempre dispuesta, la eternamente lista, y la que se la juega toda sin esperar ganancias, y la que no le pone talanqueras a los
potreros donde pastan sus recentales, y la que tiene callos en las manos de tanto estrechar
las manos de los amigos y de los enemigos con
la misma dosis de comprensión y de ternura, y la que a las maldiciones que escucha las envuelve
en bendiciones para que nadie sepa
cómo fueron en sus malos momentos, y la que es horizonte sin frontera, mar abierto,
campo roturado, abrazo interminable. Me gusta la gente que llena el planeta de fuerza positiva,
la que construye, la que levanta, la que amplía,
la que multiplica las posibilidades de realización,
la que se entrega, la que nos reafirma que la vida
es maravillosa e irrepetible, y que debemos vivirla
con la mayor intensidad posible para que entre todos
seamos capaces de construir una esperanza que
no mienta y una felicidad que nos sobreviva. Me gusta la gente. Toda la gente. Aún la que no
debería gustarme, porque no pierdo la esperanza
de que un día se colocará del mismo lado de todos
los que estamos acometiendo la tarea de hacer
más hermoso y más vivible el mundo.
|