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LA PALABRA DE DIOS: EVANGELIO DEL JUEVES 17 DE MARZO/2011 (CON MEDITACION)
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De: ADMINISTRACION  (Mensaje original) Enviado: 17/03/2011 08:23

ANTìFONA DE ENTRADA

SEÑOR, oye mis palabras, escucha mi lamento, haz caso de mi voz suplicante, REY mío y DIOS mío.

PRIMERA LECTURA
del libro de Esther 14, 1.3-5.12-14

En aquellos días la reina Esther, angustiada porque la muerte se le venía encima, recurrió al SEÑOR, y oró así al SEÑOR de Israel:


"SEÑOR mío, Tú eres nuestro único rey, ayúdame, porque estoy sola, no tengo a más protector que a Ti, y el peligro me amenaza.

Desde niña he oído en mi familia que tú, SEÑOR, elegiste a Israel entre todas las naciones, y a nuestros padres entre todos sus antepasados, como heredad perpetua, cumpliendo todas tus promesas.


Acuérdate de nosotros, SEÑOR, y hazte presente en medio de nuestra tribulación.

Dame valor, Rey de los dioses y dominador de todo poder; inspírame palabras oportunas; cuando tenga que hablar al león, cambia su corazón; haz que aborrezca a nuestro adversario, para que muera con sus cómplices.

 Líbrame, SEÑOR, con Tu poder, y ayúdame a mí, que estoy sola, y no tengo a nadie más que a Ti, SEÑOR".


Palabra de DIOS.
¡Te alabamos, SEÑOR!.

Salmo  137, 1-2a.2bc-3.7c-8

Cuando te invoqué, SEÑOR, me escuchaste.

Te doy gracias, SEÑOR, de todo corazón; te cantaré en presencia de los dioses extranjeros, postrado hacia tu templo santo.

Doy gracias a Tu Nombre por Tu amor y Tu fidelidad. Cuando te invoqué, me escuchaste y fortaleciste mi ánimo.

Despliegas tu poder contra la saña de mis enemigos. El SEÑOR completará lo que hace por mí: SEÑOR, Tu amor es eterno, no abandones la obra de Tus manos.
¡Cuando te invoqué, SEÑOR, me escuchaste!.

ACLAMACION ANTES DEL EVANGELIO

Honor y gloria a ti, SEÑOR JESUS.


Crea en mí, SEÑOR, un corazón puro y devuélveme tu salvación que regocija.

¡Honor y gloria a ti, SEÑOR JESUS!.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGUN SAN MATEO 7, 7-12

¡Gloria a ti, SEÑOR!.

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
"Pidan y Dios les dará, busquen y encontrarán, llamen y Dios les abrirá. Porque todo el que pide recibe,
el que busca encuentra, y al que llama, Dios le abre.

¿Quién de ustedes, si su hijo le pide pan le da una piedra?; o si le pide un pez, ¿le da una serpiente? Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre del cielo dará cosas buenas a los que se las pidan!


Así pues, traten a los demás como quieran que ellos los traten, porque en esto consisten la ley y los profetas".


Palabra del SEÑOR.
¡Gloria a Ti, SEÑOR JESUS!.


MEDITACION DE LA PALABRA
 

Pasamos una buena parte de nuestra vida pidiendo cosas a otras personas que tienen más, o que tienen unos conocimientos superiores a los nuestros.

 Pedimos, porque somos gente necesitada. Y es, en muchas ocasiones, la única posibilidad de relacionarnos con los demás. Si no pidiéramos nunca nada, terminaríamos en una especie de vacío y de falsa y empobrecida autosuficiencia.

 Pedir y dar; eso es la mayor parte de nuestra vida y de nuestro ser. Al pedir nos reconocemos necesitados. Al dar podemos ser conscientes de la riqueza sin término que Dios ha puesto en nuestro corazón.

 

Lo mismo nos ocurre con DIOS. Gran parte de nuestras relaciones con Él están definidas por la petición; el resto, por el agradecimiento.

Al pedir nos manifestamos en nuestra radical insuficiencia. Pedir nos hace humildes; además, damos a nuestro DIOS la oportunidad de mostrarse como Padre.

Conocemos así el amor que DIOS nos tiene. Pues, ¿quién hay entre vosotros a quien si el hijo le pide pan le dé una piedra?... ¿Cuánto más vuestro Padre que está en los Cielos dará cosas buenas a quienes le pidan?.

No pedimos con egoísmo, ni llenos de soberbia, ni con avaricia, ni por envidia. Si nuestra petición es, por ejemplo, la ayuda en unos exámenes, un favor material, sanar de una enfermedad, etc., debemos examinar en la presencia de Dios los verdaderos motivos de esa petición.

Le preguntaremos en la intimidad de nuestra alma si eso que hemos solicitado nos ayudará a amarle más y a cumplir mejor su Voluntad.

 En muchas ocasiones nos daremos enseguida cuenta de la poca entidad de ese asunto que nos parecía de vida o muerte, y nos haremos cargo de que aquello que deseábamos desesperadamente no era tan importante. Sabremos enderezar nuestra voluntad con la Voluntad de DIOS y, entonces, va mucho mejor encaminada nuestra petición.

 

Podemos pedir al SEÑOR que nos sane pronto de una enfermedad; pero también debemos pedir juntamente que, si esto no sucede porque sus planes son otros (planes misteriosos y desconocidos para nosotros, pero que vienen de un Padre), nos conceda entonces la gracia necesaria para llevar con paciencia esos dolores, y la sabiduría para sacar de esa enfermedad grandes frutos que benefician a nuestra alma y a toda la Iglesia.

 

La primera condición de toda petición eficaz es conformar primero nuestra voluntad a la Voluntad de DIOS, que en ocasiones quiere o permite cosas y acontecimientos que nosotros no queremos ni entendemos, pero que terminarán siendo de grandísimo provecho para nosotros y para los demás.

Cada vez que hacemos ese acto de identificación de nuestro querer con el de DIOS, hemos dado un paso muy importante en la virtud de la humildad.

 

Existen innumerables bienes que el Señor espera que le pidamos para que se nos concedan. Bienes espirituales y materiales; ordenados todos a nuestra salvación y a la del prójimo.

 “¿No convendréis conmigo en que, si no alcanzamos lo que pedimos a Dios, es porque no oramos con fe, con el corazón bastante puro, con una confianza bastante grande, o porque no perseveramos en la oración como debiéramos? Jamás Dios ha denegado ni denegará nada a los que le piden sus gracias debidamente”.

 

II. Siempre procuramos ir a la oración con la confianza de hijos. Y entonces buscamos identificar nuestra voluntad con la de nuestro PADRE DIOS: "no se haga mi voluntad, sino la tuya", podríamos añadir después de cada petición. Porque no queremos afirmar nuestro proyecto de vida sino, ante todo, cumplir la Voluntad de DIOS.

El Evangelio nos presenta muchos casos de esta oración filial, humilde y perseverante.

San Mateo narra la petición de una mujer que puede servir de ejemplo para todos nosotros:

 "Llegó Jesús a la región de Tiro y Sidón, tierra de gentiles. Debía ir buscando en esos lugares algún descanso para sus Apóstoles, ya que no lo pudo encontrar en la región desértica de Betsaida; quiere pasar unos días a solas con ellos.

Mientras caminaban, se les acercó una mujer, con una insistente petición. Y a pesar de su perseverancia en el ruego, Jesús guarda silencio: Pero Él no contestó palabra, dice el Evangelista.

Los discípulos le dicen que la atienda, para que se vaya. No hace más que molestar con su insistencia. Pero Jesús pensaba de otro modo. Después de un rato, sale de su silencio y, lleno de ternura al ver su humildad, la atiende. Le explica el plan divino de la salvación: No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Era el plan divino desde la eternidad. Él redimiría con su Vida y su Muerte en la Cruz a todos los hombres, pero la evangelización comenzará por Israel; luego los apóstoles de todos los tiempos la llevarán hasta el fin de la tierra, a todos los hombres.

Pero esta mujer cananea, que acaso ni comprendió el plan divino, no se desanima ante su respuesta: Mas ella, acercándose, se postró ante Él, diciendo: ¡Señor, socórreme! Sabe lo que quiere y sabe que puede conseguirlo de JESUS.

El SEÑOR le explica de nuevo, con una parábola, lo mismo que acaba de decirle poco antes: No es bueno tomar el pan de los hijos y arrojarlo a los perrillos. Los “hijos” eran el pueblo de Israel, al que ella no pertenece. Muy pronto llegará también la hora de los gentiles.

Pero la mujer no cede en su empeño. Su fe se acrecienta y se desborda. Y ella se introduce en la parábola, con gran humildad, como un personaje más: "Verdad, Señor, pero también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos".

Tanta fe, tanta humildad, tanta constancia, hacen exclamar al SEÑOR: "¡Oh mujer, grande es tu fe!" Y, con un tono entre solemne y lleno de condescendencia, añade: "Hágase conforme tú lo deseas".

 Y a la misma hora su hija quedó curada. Para este milagro excepcional fueron necesarias también una fe, una humildad y una constancia excepcionales.

JESUS nos oye siempre: también cuando parece que calla. Quizá es entonces cuando más atentamente nos escucha. Quizá está provocando (con este aparente silencio) que se den en nosotros las condiciones necesarias para que el milagro se realice: que le pidamos confiadamente, sin desánimo, con fe.

Cuántas veces nuestra oración, ante necesidades perentorias, será la misma: "¡Señor, socórreme!" ¡Qué estupenda jaculatoria para tantas necesidades –sobre todo del alma– que nos son tan urgentes!

Pero no basta pedir; hay que hacerlo con perseverancia, como esa mujer, sin cansarnos, para que la constancia alcance lo que no pueden nuestros méritos.

Mucho vale la oración perseverante del justo. Dios ha previsto todas las gracias y ayudas que necesitamos, pero también ha previsto nuestra oración.

"Pedid y se os dará... llamad y se os abrirá". Y recordamos ahora nuestras muchas necesidades personales y las de aquellas personas que viven cerca de nosotros. No nos abandona el SEÑOR.

III. Si alguna vez no se nos concedió algo que pedimos confiadamente es que no nos convenía:

 “bien mira por ti quien no te da, cuando le pides lo que no te conviene”. ¡Él sí que sabe lo que nos conviene!

Esta oración que hicimos con tanta insistencia quizá, habría sido eficaz para otros bienes, o para otra ocasión más necesaria. ¡Nuestro Padre Dios la encaminó bien!: “Siempre da más de lo que le pedimos”. Siempre.

Para que nuestra petición sea atendida con más prontitud, podemos solicitar las oraciones de otras personas cercanas a DIOS, como hizo aquel Centurión de Cafarnaún: le envió algunos ancianos de los judíos a suplicarle que viniese a curar a su criado. Estos amigos cumplieron bien su cometido: fueron a Jesús, y rogaron con gran insistencia que condescendiese: "Es un sujeto –le decían– que merece que le hagas este favor".... El Señor atendió sus ruegos.

A la hora de pedir oraciones nos puede ser útil recordar que “después de la oración del Sacerdote, la oración más grata a DIOS es la de los niños y la de los enfermos”.

También pediremos a nuestro Ángel Custodio que interceda por nosotros y presente nuestra petición al SEÑOR, pues “el ángel particular de cada cual, aùn de los más insignificantes dentro de la Iglesia, por estar contemplando siempre el rostro de DIOS que está en los cielos, viendo la divinidad de nuestro CREADOR, une su oración a la nuestra y colabora en cuanto le es posible en favor de lo que pedimos”.

Tenemos además un camino, que la Iglesia nos ha enseñado desde siempre, para que nuestras peticiones lleguen con prontitud ante la presencia de DIOS. Este camino es la mediación de MARIA, Madre de DIOS y Madre nuestra. A Ella acudimos ahora y siempre:

“Acordate, ¡oh piadosísima Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a tu protección, implorado tu asistencia y reclamado tu socorro, haya sido abandonado de Tì. Animado con esta confianza, a tì también acudo.
















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