"Durante mucho tiempo me resistí a hablar en primera persona. Me empecé a calmar con Henry Miller, un gran autobiográfico. Pero una frase de Unamuno me calmó para toda la eternidad, me autorizó a hablar en primera persona. En un viaje que hizo a Buenos Aires, a Unamuno fue a escucharlo muy poca gente, ya que todos estaban distraído con el ganador del premio Carlos Pellegrini. Todo el país hablaba del caballo, del jockey, del cuidador. Cuando el rector de la universidad le preguntó cuándo lo tendrían de vuelta en la Argentina, Unamuno le respondió 'cuando sea caballo'. La frase de Unamuno que me curó de lo autobiográfico fue el arranque de aquella conferencia: 'Perdonen señores que hable en primera persona, pero es que soy el hombre que más conozco y con el que vivo'."
"Mi madre, Sara, hablaba muchísimo. Aunque viví poco con ella, fue mi socia, mi compinche, mi paradigma. Era analfabeta, pero con los años, y porque me lo pidió, pude enseñarle a leer. Ella me miró durante un largo tiempo leer una carta, y luego me dijo: 'Qué maravilloso debe ser poder leer lo que cuenta un amigo'."
“Cuando nací, mi madre quería ponerme de nombre Facundo, pero en esa época estaban prohibidos los nombres de los caudillos. 'Creo haberte puesto el nombre de tu padre, Rodolfo -me dijo-, pero hace tanto tiempo que no me acuerdo'. Así como nunca se acordó la fecha del nacimiento. Fue el 22 o el 23 de mayo y ella sospechaba que era 1937. Desde ahí fui Facundo."
"De chico era muy violento, por eso me colgaron el mote de Indio. Fui violento físicamente, cosa que dejé para ser violento intelectualmente. Con los años me ganó la elegancia de Italo Calvino y de Marguerite Yourcenar, la prolijidad de Borges y empecé a amar las buenas palabras. Eso me calmó. Y hoy tengo ideas que son serenas. O, al menos, que no hacen ruido."
"Nací en La Plata, pero rápidamente nos fuimos a Berisso. A mi padre lo conocí cuando yo tenía 46 años en el hall de un teatro marplatense, cuando un viejo electricista vino a decirme que él era Rodolfo. Gran conquista de Jesús: con la palabra del Hijo Pródigo pude ser amigo de mi padre. Pero antes, mucho antes, mi padre nos había dejado y mi madre decidió irse con sus hijos de la casa de La Plata. A los ocho años hablé con Perón y Evita y le pedí un trabajo. Eva nos dio una escuela en Tandil, y allá nos fuimos. De la misma manera, Evita me regaló una camiseta de Boca, de modo que soy bostero por decreto de Evita."
"Mi madre no era peronista, pero amaba a Cipriano Reyes, a Perón y a Eva porque estábamos en la calle, nos estábamos muriendo, y ellos nos salvaron la vida. Era mucho más que peronista. Era amiga de Eva, y no porque Eva supiera quién era Sara. Era por ella, simplemente, por un profundo respeto y amor por ella. Mi madre podría haber sido de derecha, de izquierda, liberal o comunista, pero Perón y Eva nos habían dado una mano. Y eso, para ella, y como me enseñó a mí, es para siempre."
"Llegué a Tandil a los ocho años, pero me fui enseguida. Buscaba una cocina de dos hornallas para mi vieja, de modo que laburaba de cualquier cosa para poder comprarla. Fui medidor de campos con agrimensores, repartidor de telegramas, lustrador de zapatos, embolsador en la cosecha de la papa, peón golondrina. Cada tanto volvía a Tandil, donde conocí a un grande, Jorge Di Paola, a quien le debo todo lo que aprendí. Tandil, para mí, fue una Atenas contemporánea. Di Paola fue Platón, caminando lentamente con las manos entrelazadas a la espalda."
"En los huecos que me quedaban mientras repartía telegramas o embolsaba papas, leía como un loco. Era un pobre con libros. Yupanqui lo dijo mejor: 'Un pobre que siempre tuvo la mala costumbre de apagar la luz tarde'."
"Mi primer recuerdo es mi madre comiendo de la basura. Nunca podré olvidarlo. Si tuviera el talento de Okusai, podría dibujarlo en cualquier momento, aunque no sé si me animaría a reproducir la escena. Otro recuerdo terrible: un tío diciéndole a mi madre que si no le gustaba cómo la trataban se fuera porque le estaban matando el hambre a ella y a sus hijos. Años después quise matar a ese tío. Me fue a ver a un teatro y me mandó un papelito al escenario diciéndome que allí estaba para saludarme. Me olvidé de todo lo que había vivido y volvió ese momento como si fuera actual. Bajé del escenario para matarlo. Por suerte uno de Los Fronterizos y Yupanqui me atajaron. Más que salvarle la vida a ese tipo, ellos me salvaron la vida a mí. Por suerte tengo otro recuerdo. Un sábado al mediodía diciéndole a mi madre dónde quería vivir. Al lado de la mesa, tenía un bolso lleno de dinero, con toda la plata que había juntado trabajando como para poder cumplir todos sus sueños. La casa, el país, el paisaje que ella quisiera mirar por la ventana al despertarse cada mañana. Con ese tercer recuerdo pude solucionar los dos primeros."
"Decidí cantar por los Techeiro de Tandil y por Yupanqui. A Atahualpa lo escuché cantar una tarde en Balcarce y entendí que eso era un milagro. Aún hoy escucho 'El Alazán' y lloro como un pibe. ¡Qué oficio contar la vida! Claro que yo no tenía elementos. Empecé a cantar con los paisanos, con la familia Techeiro. Y el 24 de febrero de 1954, un vagabundo me recitó el sermón de la montaña y descubrí que estaba naciendo. Corrí a escribir una canción de cuna, 'Vuele bajo', y empezó todo."
Testimonios recogidos por Miguel Russo