POEMA PARA UNA MUJER INNOMBRADA
Aún no sé por qué. Pero me gustaba contemplarla durante el contrario recorrido que hacíamos en las caminarías de Terrazas.
Su cara me decía palabras de otra ausencia. Cuando me hablaba, en el instante en que se cruzan las miradas contrarias obligadas a no detenerse, sin mirar las vitrinas.
Como los mejores descendientes de Maratón, oía el estribillo de aires malagueños aprendidos de todos los victorhugos del mundo.
Tal vez, por eso, sentía que la amaba. Resumía las marchas de mujeres mujeres decididas a no ser minorías segregadas. Resumía la angustia de los niños distantes. Discapacitados.
Y la alegría de los caminos nuevos.
Su paso joven no se detenía. Por eso era mejor marchar contrariamente, para tener la seguridad de que no escaparía nuevamente como ya lo había hecho, en otros tiempos, cuando contemplaba pliegues orinoquenses o naranjos caídos, en el barrio moruno de Santa Cruz.
Su paso joven no se detenía. Por eso era mejor marchar contrariamente, para tener la seguridad de que no escaparía nuevamente como ya lo había hecho, en otros tiempos, cuando contemplaba pliegues orinoquenses naranjos caídos,
en el barrio moruno de Santa Cruz.
Terrazas del Ávila,
SORBER.
|