Meditación
primera impresión que produce la lectura de la parábola de las vírgenes prudentes y necias es un interrogante: ¿qué pasaría si las prudentes hubieran prestado el aceite y todas tuvieran las lámparas encendidas?, ¿castigaría el Buen Dios a las que compartieron el aceite?
Si Jesús quisiera decir eso que pensamos a primera vista habría que hablar de una contradicción y constatar inmediatamente que el mismo Jesús nos manda multitud de veces repartir nuestro aceite. La conclusión es fácil: Jesús está hablando de alguna exigencia que no se puede resolver con aceite prestado.
El aceite y la lámpara encendida significan aquí algo personal e intransferible, que forma parte de la propia identidad.
¿Qué significa tener aceite y tener lámparas encendidas?
La liturgia sugiere una cierta identidad entre el aceite de la parábola y la Sabiduría (Sb 6. 13-17), y entre las lámparas apagadas y la aflicción desesperada ante la muerte (1 T 4. 13-17).
De vigilar esa seria posibilidad que pesa sobre cada uno de nosotros nos habla la liturgia.
El hecho de que el Señor no les abra la puerta significa que las necias no pueden en realidad entrar en la sala del banquete.
Pero también nosotros corremos el peligro de adormecernos y dejar pasar el momento de gracia una y otra vez.
Podemos pasar los días y los años distraídos; o bien locos tras otros valores Y luego, cuando llega el verdadero esposo, estamos desprevenidos.
Y eso que una y otra vez Cristo nos ha avisado de que llegará en el momento menos esperado.
Por la lectura del santo evangelio, sean perdonados nuestros pecados.
¡amén!