Cuando el marinillo Roberto Buitrago Muñoz se fue de la casa a recorrer el mundo, no imaginaba que su recorrido no pasaría de Ciénaga (Magdalena), en cercanías de la ciudad de Santa Marta, en la costa caribe colombiana. Allí se tropezó con Teresa Mercedes Henríquez que tuvo con él cuatro hijos antes de ser abandonada por Roberto, que se fue sin decir nada para Ibagué donde fue a parar, literalmente, con sus huesos. Guillermo, el hijo mayor de la abandonada mujer, se hizo cargo de levantar a sus hermanos, y lo hizo con la música de guitarra que aprendió a tocar para acompañarse las canciones que sabía cantar. Su padre murió en Ibagué, pero alcanzó a ser localizado por el hijo cuando ya éste se había hecho famoso con su música. No vivió mucho tiempo Guillermo Buitrago. Murió a los 29 años de edad, pero alcanzó a dejar huella inmensa con su música grabada por Discos Fuentes.
Eran los años finales de la década del cuarenta, y la política ardía en llamas, después del asesinato del líder Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948. Guillermo Buitrago quería pararse en medio de la plaza del pueblo a gritar “¡Viva el partido liberal!”, pero la policía se interpuso para impedir que pudiera pegar ese grito de borrachos que alteraba la paz pública. “Yo quiero pegar un grito, y no me dejan; yo quiero pegar un grito vagabundo” surgió de ese episodio que lo hacía desear decirle adiós a la vida, que lo hacía desear decirle adiós a este mundo. Alguna vez don Gustavo Escobar Vélez dedicó una de sus charlas musicales en homenaje a este cantante, y pasó el video de un documental muy bien hecho sobre su vida. El documental tiene el acierto de estar protagonizado por un hombre que es músico intérprete de guitarra, con buena voz y parecido físico a Buitrago extraordinario (aparece interpretando la guitarra en el minuto 2:20 del trailer anexo). Está realizado en tonos sepia, para rememorar el pasado, y sólo toma imágenes a todo color para representar el presente. En él se recrean las celebraciones navideñas paisas de los diciembres de las décadas del cuarenta y del cincuenta, con el pesebre y el arbolito, la natilla y los buñuelos, el sancocho y la morcilla, el aguardiente y la cerveza, los globos y la pólvora. Y el baile con la música de Buitrago que alegró “aquellos diciembres que nunca volverán”.
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