Jueves de la XXII Semana del Tiempo Ordinario
Septiembre 1º del 11
PRIMERA LECTURA
DE LA Carta de San Pablo a los Colosenses 1,9-14.
Por eso, desde que nos enteramos de esto, oramos y pedimos sin cesar por ustedes, para que Dios les haga conocer perfectamente su voluntad, y les dé con abundancia la sabiduría y el sentido de las cosas espirituales.
Así podrán comportarse de una manera digna del Señor, agradándolo en todo, fructificando en toda clase de obras buenas y progresando en el conocimiento de Dios. Fortalecidos plenamente con el poder de su gloria, adquirirán una verdadera firmeza y constancia de ánimo, y darán gracias con alegría al Padre, que nos ha hecho dignos de participar de la herencia luminosa de los santos.
Porque él nos libró del poder de las tinieblas y nos hizo entrar en el Reino de su Hijo muy querido, en quien tenemos la redención y el perdón de los pecados.
PALABRA DE DIOS
¡TE ALABAMOS SEÑOR!
Salmo 98(97),2-3ab.3cd-4.5-6.
El Señor manifestó su victoria, reveló su justicia a los ojos de las naciones: se acordó de su amor y su fidelidad en favor del pueblo de Israel. Los confines de la tierra han contemplado el triunfo de nuestro Dios. se acordó de su amor y su fidelidad en favor del pueblo de Israel. Los confines de la tierra han contemplado el triunfo de nuestro Dios. se acordó de su amor y su fidelidad en favor del pueblo de Israel. Los confines de la tierra han contemplado el triunfo de nuestro Dios.
se acordó de su amor y su fidelidad en favor del pueblo de Israel. Los confines de la tierra han contemplado el triunfo de nuestro Dios.
Aclame al Señor toda la tierra, prorrumpan en cantos jubilosos. Canten al Señor con el arpa y al son de instrumentos musicales; con clarines y sonidos de trompeta aclamen al Señor, que es Rey.
PROCLAMACION DEL SANTO Evangelio según San Lucas 5,1-11.
¡GLORIA A TI, SEÑOR!
En aquel tiempo, en una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios, y él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret.
Desde allí vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban limpiando las redes. Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca.
Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: "Navega mar adentro, y echen las redes". Simón le respondió: "Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes". Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse. Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.
Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: "Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador". El temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: "No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres".
Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron.
PALABRA DEL SEÑOR
¡GLORIA A TI, SEÑOR JESÚS!
MEDITACION
"Lleva la barca a la parte mas honda y echa redes para pescar".
La orden dada por Jesús a Simón es sorprendente. Jesús no es pecador de oficio, a diferencia de Simón, y le indica, sin embargo, lo que debe hacer.
La orden es simbólica; es en alguna forma, una parábola en acción. Cristo tiene en vista una empresa mucho mayor que la pesca en el lago de Tiberíades. Al pedir a Simón que vaya mar adentro, es como si lo quisiera invitar a una aventura en que se dejan las playas de cada día en busca de un horizonte mucho más grande.
San Lucas narra la escena de la pesca milagrosa:
Nuestro Señor se halla en el lago y, después de predicar, le dice a Simón Pedro que reme mar adentro y que eche las redes para pescar.
Simón era un experto pescador –ése era su oficio— y conocía perfectamente los lugares y las horas más oportunas para ello. Él sabía de sobra que se pesca durante la noche porque las aguas están tranquilas y los peces dormidos.
Es más, se habían pasado la noche entera bregando ¡y no habían cogido ni un miserable charal! Y ahora llega este Jesús (todavía no conocía bien Pedro a nuestro Señor) y, sin conocer el arte y los gajes del oficio, le dice así, tranquilamente, que eche las redes para pescar…
“¡Pero, Señor –le pudo haber dicho Pedro— no es hora de pesca, ni el lugar ni las condiciones son apropiadas!...”. Y humanamente tenía toda la razón. Cuando se callan las palabras de nuestra propia experiencia, de nuestras previsiones y cálculos humanos (“nos hemos pasado toda la noche bregando”); cuando hemos probado la amargura del fracaso o de la desilusión (“no hemos cogido nada”), entonces puede brotar el milagro: “Pero, en tu nombre echaré las redes”. Esto es lo más maravilloso de todo. Y ya sabemos lo que pasó después.
En realidad, éste fue el verdadero milagro: que Pedro haya creído en Cristo y que, cuando todo era ilógico, adverso y contradictorio para la razón, haya aceptado la orden del Señor y haya obedecido.
La pesca sobreabundante y las redes repletas fueron ya sólo una consecuencia.
Para nuestro Señor no hay imposibles porque Él es Dios. El único imposible es que nuestra voluntad no quiera adherirse a lo que Él quiere. Y el milagro está precisamente aquí.
Si echamos una hojeada a todo el evangelio, nos daremos cuenta de que siempre actúa así nuestro Señor: todos los milagros comienzan con la FE y es la única condición que Él pone para poder actuar.
Sólo cuando aceptamos a Jesús con el corazón y doblamos las rodillas de nuestra mente, aunque humanamente no se vea nada, aunque el llanto explote en nuestra garganta y las lágrimas arrasen nuestros ojos, aunque tengamos que esperar contra toda esperanza humana y sangre el corazón… si creemos en Él y lo aceptamos, así como Dios nos visita, ¡es entonces cuando Jesús realiza el milagro!
Pero no es fácil. Necesitamos una fe muy grande. Y la fe es un don de Dios. ¡Pidámosle con humildad ese grandioso don!
Ojalá que también nosotros, como Pedro, creamos en Jesús y obedezcamos su palabra: “¡Rema mar adentro y echa las redes para la pesca!”. Y entonces veremos otro milagro en nuestra vida.
LA PESCA MILAGROSA
"Al echar las redes pescaron tal cantidad de peces que las redes se rompían". Inmediatamente la confianza de Simón fue recompensada. Jamás había hecho una pesca tan grande. La cantidad de pescados sobrepasaba sus esperanzas. Cristo es generoso en la abundancia de los bienes que da.
Al llevar a Simón a la pesca milagrosa. Jesús le hace sentir el poder que tiene de colmar todos sus deseos. Le hace comprender que en EL se encuentran la solución de todos los problemas y la satisfacción a todas las aspiraciones; lo invita a unirse definitivamente, únicamente a El.
PESCADORES DE HOMBRES.
"En adelante serás pescador de hombres". El destino propuesto por Jesús es por mucho superior al oficio ejercitado hasta entonces por Simón.
DEJARON TODO PARA SEGUIR A CRISTO.
"Lo dejaron todo y siguieron a Jesús". Dejaron aún la pesca milagrosa que los había llenado de admiración, porque comprenden que Jesús vale mucho más que las dos barcas llenas de pescados que les acaba de obsequiar.
Este «dejarlo todo», comporta un cambio total en la escala de valores, cambio que no se realiza en un instante ni por un acto de generosidad, por muy pensado y reflexionado que se quiera hacer, sino día tras día, en la medida en que cada uno va integrando los valores del reino en la experiencia cotidiana.
POR LA LECTURA DEL SANTO EVANGELIO, SEAN PERDONADOS NUESTROS PECADOS.
¡AMÉN!
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