MEDITACION
El caso que presentaron á nuestro Señor fue: " ¿Porqué los discípulos do Juan ayunan muchas veces y hacen oraciones, y asimismo los de los Fariseos; más tus discípulos comen y beben?"
No podemos creer que había diferencia alguna esencial entre las doctrinas que profesaban estas dos clases de discípulos. La doctrina de Juan el Bautista era sin duda clara y explícita en todos los puntos necesarios para la salvación.
No es probable que el hombre que pudo decir de Jesús, "He aquí el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo," enseñara á sus prosélitos cosa alguna contraría el Evangelio. A su doctrina le faltaba, preciso es confesar, la perfección de la de su divino Maestro; más es absurdo suponer, que aquella contradecía á esta.
Con estas comparaciones dadas en las dos parábolas, Nuestro Señor desea imprimir en el ánimo de sus oyentes es que hay una incongruencia innegable entre las cosas viejas y las nuevas.
Pero el tema no es tanto si ayunar o no, o si el ayuno entra en el programa ascético de Jesús. Él mismo había ayunado cuarenta días en el desierto y la comunidad cristiana, desde muy pronto, dedicó dos días a la semana (miércoles y viernes) al ayuno.
Jesús no elimina el ayuno, muy arraigado en la espiritualidad de su pueblo. El interrogante es si ha llegado o no el Mesías.
El ayuno previo a Jesús tenía un sentido de preparación mesiánica, con un cierto tono de tristeza y duelo. Seguir haciendo ayuno es no reconocer que ha llegado el Mesías. Ha llegado el Novio. Sus amigos están de fiesta. La alegría mesiánica supera al ayuno.
Sobre todo, Jesús subraya el carácter de radical novedad que supone el acogerle como enviado de Dios. Lo hace con la doble comparación de la "pieza de un manto nuevo en un manto viejo" y del "vino nuevo en odres viejos".
La fe en Cristo no nos pide que hagamos algunos pequeños cambios de fachada, que remendemos un poco el traje viejo, o que aprovechemos los odres viejos en que guardábamos el vino anterior. La fe en Cristo pide traje nuevo y odres nuevos. Jesús rompe moldes.
Lo que Pablo llama "revestirse de Cristo Jesús" no consiste en unos parches y unos cambios superficiales. Los apóstoles, por ejemplo, tenían una formación religiosa propia del AT: les costó ir madurando en la nueva mentalidad de Jesús.
Nosotros también tenemos que ir madurando: el vino nuevo de Jesús nos obliga a cambiar los odres. El vino nuevo implica actitudes nuevas, maneras de pensar propias de Cristo, que no coinciden con las de este mundo. Son cambios de mentalidad, profundos. No de meros retoques externos. En muchos aspectos son incompatibles el traje de este mundo y el de Cristo. Por eso cada día venimos a escuchar, en la misa, la doctrina nueva de Jesús y a recibir su vino nuevo (J. Aldazábal).
Lo que aquí se plantea es el problema de la independencia manifestada por Jesús y sus discípulos en materia de observancias tradicionales. Jesús justifica esta actitud por medio de una declaración sobre la presencia del Esposo (v 34-35) y de dos breves parábolas (vv 36-37).
En el Antiguo Testamento y en el judaísmo, la práctica del ayuno estaba ligada a la espera de la venida del Mesías. Juan Bautista hizo de esta actitud una ley fundamental de su comportamiento (Lc 1,15).
Desde entonces, cuando los discípulos de Jesús se dispensan de los ayunos prescritos o espontáneos, dan la impresión de desinteresarse de la llegada del Mesías y de negarse a participar de la esperanza mesiánica.
La respuesta de Jesús es clara: los discípulos no ayunan porque ya no tienen nada que esperar, puesto que ya han llegado los tiempos mesiánicos: ya no tienen que apresurar, mediante prácticas ascéticas, la llegada de un Mesías en cuya intimidad ya viven.
Debemos notar en estos versículos el nombre que nuestro Señor Jesucristo se da á Sí Mismo. Dos veces se llama a Sí Mismo "el Esposo."
La palabra "Esposo," lo mismo que cada expresiòn aplicada a nuestro Señor en la Biblia, tiene gran significación. Es un epíteto que consuela y anima de una manera especial.
Manifiesta el amor tierno é intenso que Jesús tiene hacia todos los pecadores que creen en Él: frágiles, indignos, y llenos de faltas como somos, Jesùs siente por cada uno de nosotros, el afecto tierno que el esposo siente por su esposa. Manifiesta la unión íntima y estrecha que existe entre Jesús y los creyentes: es mucho más estrecha que la unión entre el rey y el súbdito, entre el amo y el criado, entre el maestro y el discípulo, entre el pastor y el cordero. Es la más estrecha de todas las uniones; la unión del marido y la mujer-de cuya unión está escrito, "lo que Dios ha juntado, no lo separe el hombre."
Sobre todo, ese epíteto expresa el favor de que goza todo catòlico y que consiste en la participación de todo lo que Jesús posee. Así como el marido da á la mujer su nombre, la hace partícipe de su propiedad y dignidad, y toma á su cargo el arreglo de todas sus deudas y compromisos, así hace Cristo con nosotros. Él toma sobre sí todas nuestras culpas; adóptalas como parte de Sí Mismo, diciendo que el que nos ofende, á Él ofende; nos da, aun en este mundo, bienes tales cuales la mente del hombre no alcanza á comprender; y promete que en el otro mundo nos sentará en su trono, y desde entonces jamás seremos alejados de Su presencia.
Si tenemos algún conocimiento de la religión, tranquilicemos á menudo nuestras almas con el recuerdo de que Jesús es "el esposo."
Puede acontecer que en este mundo estemos pobres y seamos despreciados y ridiculizados á causa de nuestra fe; más si la tenemos no seremos despreciables á los ojos de Cristo. El Esposo de nuestra alma defenderá nuestra causa ante todo el mundo.
Esta es una promesa real, y quienes crean en ella, quienes mantengan su fe firme, recibirán el dulce cumplimiento de la misma.
POR LA LECTURA DEL SANTO EVANGELIO, SEAN PERDONADOS NUESTROS PECADOS.
¡AMÉN!