Lunes 12 de septiembre/2011
Primera lectura
De la primera carta del apóstol san Pablo a Mateo: 2,1-8
Te ruego, hermano, que ante todo se hagan oraciones, plegarias, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, y en particular, por los jefes de Estado y las demás autoridades, para que podamos llevar una vida tranquila y en paz, entregada a Dios y respetable en todo sentido.
Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, pues Él quiere que todos los hombres se salven y todos lleguen al conocimiento de la verdad, porque no hay sino un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre Él también, que se entregó como rescate por todos.
Él dio testimonio de esto a su debido tiempo y de esto yo he sido constituido, digo la verdad y no miento, pregonero y apóstol para enseñar la fe y la verdad.
Quiero, pues, que los hombres, libres de odios y divisiones, hagan oración donde quiera que se encuentren, levantando al cielo sus manos puras
Palabra de Dios.
¡Te alabamos, Señor!.
Salmo responsorial 27
R/. “Salva, Señor, a tu pueblo”.
Escucha, Señor, mi súplica, cuando te pido ayuda y levanto las manos hacia tu santuario. R/.
El Señor es mi fuerza y mi escudo, en Él confía mi corazón; Él me socorrió y mi corazón se alegra y le canta agradecido. R/.
El Señor es la fuerza de su pueblo, el apoyo y la salvación de su Mesías Salva, Señor, a tu pueblo y bendícelo, porque es tuyo, apaciéntalo y condúcelo para siempre. R/.
ACLAMACIÓN (Jn 3, 16)
R/. “Aleluya, aleluya”.
Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna. R/.
Proclamación Del santo Evangelio según san Lucas: 7, 1-10
¡gloria a ti, señor!
En aquel tiempo, cuando Jesús terminó de hablar a la gente, entró en Cafarnaúm.
Había allí un oficial romano, que tenía enfermo y a punto de morir a un criado muy querido.
Cuando le dijeron que Jesús estaba en la ciudad, le envió a algunos de los ancianos de los judíos para rogarle que viniera a curar a su criado. Ellos, al acercarse a Jesús, le rogaban encarecidamente, diciendo: "Merece que le concedas ese favor, pues quiere a nuestro pueblo y hasta nos ha construido una sinagoga". Jesús se puso en marcha con ellos.
Cuando ya estaba cerca de la casa, el oficial romano envió unos amigos a decirle: "Señor, no te molestes, porque yo no soy digno de que tú entres en mi casa; por eso ni siquiera me atreví a ir personalmente a verte. Basta con que digas una sola palabra y mi criado quedará sano. Porque yo, aunque soy un subalterno, tengo soldados bajo mis órdenes y le digo a uno: '¡Ve!, y va; a otro: '¡Ven!', y viene; y a mi criado: '¡Haz esto!', y lo hace".
Al oír esto, Jesús quedó lleno de admiración, y volviéndose hacia la gente que lo seguía, dijo: "Yo les aseguro que ni en Israel he hallado una fe tan grande".
Los enviados regresaron a la casa y encontraron al criado perfectamente sano.
Palabra del Señor.
¡Gloria a ti, Señor Jesús!.
Meditación
Sin ser discípulo de Jesús, el centurión, sabe y admite el poder de Cristo y admite su condición de que no tiene categoría moral, que no tiene mérito o calidad suficiente. El centurión tenía conciencia de no pertenecer al Pueblo de Dios, por eso creía que no tenía derecho a pedir algo a Jesús.
“Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará”.
El oficial reconoce el facultad de realizar milagros o actos extraordinarios de Jesús, incluso de forma especial, porque no le pide a Jesús que toque al enfermo.
Al oír estas palabras, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la multitud que lo seguía, dijo: "Yo les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe". Cuando los enviados regresaron a la casa, encontraron al sirviente completamente sano.
Es la fe del centurión la que hace el milagro, una fe que no había encontrado Jesús en los judíos, esa fe que otras veces les había expresado “Les aseguro que si tuvieran fe como un grano de mostaza le dirían a aquella montaña que viniera aquí, y vendría. Nada os sería imposible” (Mt 17,20).
Una fe, capaz de admitir que Jesús era dueño de la salud y de la enfermedad, de la vida y de la muerte, por eso Jesús podía dar la salud, y aún más, la vida a su sirviente.
Nos enseña Jesús, como la Palabra de Dios, nos produce vivir en buena salud y en el bien de nuestro espíritu, nos muestra como basta con su Palabra para transformarnos, como es de eficaz, Palabra, que nos debe llevar al amor de Dios, al amor de nuestro prójimo, quien quiera que sea, de nuestro mismo pueblo o extranjero.
El centurión no era Israelita, pero amaba al Pueblo de Dios, ese amor fue causa del milagro que hizo Jesús con el sirviente enfermo.
La fe, de todas formas es amor, y no es propiedad de nadie ni por su intelectualidad, ni por su conocimiento de mucha teología, ni por su cultura o actividad, porque no es el que mas conoce, o sabe el que tiene más fe, si no el que más ama al Señor.
Es así como muchos humildes y sencillos, de mínima formación educacional, llegan a profundizar en el amor al Señor, sin dejar de comprender que además, fe y humildad van tomadas de la mano. La fe crea humildad y es condición indispensable para exista fe.
San Jerónimo nos explica: Así como admiramos la fe en el centurión, porque creyó que el paralítico pudo ser curado por el Salvador, así se manifiesta también su humildad, en cuanto se considera indigno de que el Señor entre en su casa”
Sin duda creyó el centurión que más bien debía ser rechazado por Jesús por ser gentil, que no ser complacido, aunque ya estaba lleno de fe.
San Agustín nos comenta sobre èsto “Considerándose como indigno apareció como digno, no de que entrase el Verbo entre las paredes de su casa, sino en su corazón.
Y no hubiera dicho esto con tanta fe y humildad si no hubiese llevado ya en su corazón a Aquel de quien temía que entrase en su casa, pues no era una gran felicidad que Jesús hubiese entrado en su casa y no en su pecho”.
Hemos observado que la falta de fe, impidió en alguna ocasión al Señor hacer alguna de sus maravillosas obras, así nos dice Mateo 13,58: “Y no hizo allí muchos milagros, a causa de la falta de fe”.
Es así como debemos vivir en gran profundidad la fe, de esa manera serían aún más visibles las obras de la gracia del Señor.
Tal como este centurión, que gracias a su fe, obtuvo del Señor Jesús ese milagro de la curación de uno de sus hombres, no le cerremos a El, ese deseo de poner sus manos en nosotros por nuestra falta de fe.
El ejemplo de este centurión, es que èl era pagano y en ese entonces supero la fe del pueblo de Dios, ¿y nosotros?, que nos decimos creyentes, ¿tenemos el corazón lleno de amor y confianza a Dios?, la fe exige sacrificio de si mismo y aceptación total a Dios.
POR LA LECTURA DEL SANTO EVANGELIO, SEAN PERDONADOS NUESTROS PECADOS.
¡AMÉN!