DOMINGO 18 DE SEPTIEMBRE/2011
XXV DOMINGO ORDINARIO
Primera lectura
Del libro del profeta Isaías: 55, 6-9
Busquen al Señor mientras lo pueden encontrar, invóquenlo mientras está cerca; que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y Él tendrá piedad; a nuestro Dios, que es rico en perdón.
Mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes, sus caminos no son mis caminos, dice el Señor. Porque así como aventajan los cielos a la tierra, así aventajan mis caminos a los de ustedes y mis pensamientos a sus pensamientos.
Palabra de Dios.
¡Te alabamos, Señor!.
Salmo RESPONSORIAL 144
R/. Bendeciré al Señor eternamente.
Un día tras otro bendeciré tu nombre y no cesará mi boca de alabarte. Muy digno de alabanza es el Señor, por ser su grandeza incalculable. R/.
El Señor es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso para perdonar. Bueno es el Señor para con todos y su amor se extiende a todas sus creaturas. R/.
Siempre es justo el Señor en sus designios y están llenas de amor todas sus obras. No está lejos de aquellos que lo buscan; muy cerca está el Señor, de quien lo invoca. R/.
SEGUNDA LECTURA
De la carta del apóstol san Pablo a los filipenses: 7, 20- 24. 27
Hermanos: Ya sea por mi vida, ya sea por mi muerte, Cristo será glorificado en mí. Porque para mí, la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia. Pero si el continuar viviendo en este mundo me permite trabajar todavía con fruto, no sabría yo qué elegir.
Me hacen fuerza ambas cosas: por una parte, el deseo de morir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor; y por la otra, el de permanecer en vida, porque esto es necesario para el bien de ustedes.
Por lo que a ustedes toca, lleven una vida digna del Evangelio de Cristo.
Palabra de Dios.
¡Te alabamos, Señor!.
ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO (cfr. Hch 16, 14)
R/. Aleluya, aleluya.
Abre, Señor, nuestros corazones, para que comprendamos las palabras de tu Hijo. R/.
PROCLAMACIÒN Del santo Evangelio según san Mateo: 20, 1-16
¡GLORIA A TI, SEÑOR!
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola:
"El Reino de los cielos es semejante a un propietario que, al amanecer, salió a contratar trabajadores para su viña. Después de quedar con ellos en pagarles un denario por día, los mandó a su viña. Salió otra vez a media mañana, vio a unos que estaban ociosos en la plaza y les dijo: 'Vayan también ustedes a mi viña y les pagaré lo que sea justo'. Salió de nuevo a medio día y a media tarde e hizo lo mismo.
Por último, salió también al caer la tarde y encontró todavía a otros que estaban en la plaza y les dijo: `¿Por qué han estado aquí todo el día sin trabajar?'. Ellos le respondieron: 'Porque nadie nos ha contratado'. Él les dijo: 'Vayan también ustedes a mi viña'.
Al atardecer; el dueño de la viña dijo a su administrador: 'Llama a los trabajadores y págales su jornal, comenzando por los últimos hasta que llegues a los primeros'. Se acercaron, pues, los que habían llegado al caer la tarde y recibieron un denario cada uno.
Cuando les llegó su turno a los primeros, creyeron que recibirían más; pero también ellos recibieron un denario cada uno. Al recibirlo, comenzaron a reclamarle al propietario, diciéndole: 'Esos que llegaron al último sólo trabajaron una hora, y sin embargo, les pagas lo mismo que a nosotros, que soportamos el peso del día y del calor'.
Pero él respondió a uno de ellos: 'Amigo, yo no te hago ninguna injusticia. ¿Acaso no quedamos en que te pagaría un denario? Toma, pues, lo tuyo y vete. Yo quiero darle al que llegó al último lo mismo que a ti. ¿Qué no puedo hacer con lo mío lo que yo quiero? ¿O vas a tenerme rencor porque yo soy bueno?'.
De igual manera, los últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos".
Palabra del Señor.
¡Gloria a ti, Señor Jesús!.
Meditación
Los justos que vinieron al mundo al principio, como Abel y Noé, han sido, por decirlo así, llamados a la hora primera, y obtendrán la felicidad de la resurrección al mismo tiempo que nosotros. Otros justos que vinieron después de éstos, Abraham, Isaac, Jacob y todos los que vivieron en su época, han sido llamados a la hora tercera, y obtendrán la felicidad de la resurrección al mismo tiempo que nosotros. E igual pasará con esos otros justos como Moisés, Aarón y todos los que han sido llamados con ellos a la hora sexta; después, los que les siguieron, los profetas, llamados a la hora novena, gustarán la misma felicidad que nosotros.
Al fin del mundo, los cristianos, que son como los llamados a la hora undécima, recibirán con ellos la felicidad de la resurrección. La recibirán todos juntos. Fijaos, pues, cuánto tiempo los primeros esperarán para recibir la felicidad prometida. Así es que ellos obtendrán la felicidad después de un largo periodo, y nosotros, después de un tiempo corto. Aunque es verdad que la recibiremos junto con los otros, se puede decir que seremos los primeros porque nuestra recompensa no se hará esperar.
Cuando se tratará de recibir la recompensa, todos seremos iguales, los primeros como si fueran los últimos, y los últimos como si fueran los primeros. Porque la moneda de plata, es la vida eterna.
San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte) y doctor de la Iglesia Catòlica
En el Reino Celestial lo importante es la misericordia de Dios. Pues, para Dios no hay privilegios basados en el prestigio, en la cantidad de trabajo o en cualquier otra ventaja.
Y esto es así, porque ha sido Dios quien ha llamado gratuitamente, y nuestra respuesta debe ser igualmente gratuita. Dios llama cuando le parece oportuno sea al comienzo o al final de la jornada. Lo importante es que él llama y que podemos participar.
El descontento de los empleados obedece a un privilegio que ellos mismos se conceden, no a una injusticia del patrón. Creen que por haber trabajado más tiempo tienen ventaja sobre los demás. Pero no es de este modo como funciona la lógica del Reino. El mérito está en haber sido llamado, en participar en la obra, no en los privilegios que se puedan sacar de ella.
Nosotros muchas veces queremos adueñarnos de la cosecha. Pensamos que al desempeñar un ministerio o servicio en la comunidad somos propietarios de ella. A veces, también, excluimos a otros porque consideramos que no están preparados o porque creemos que han llegado tarde.
El evangelio, sin embargo, nos pide un cambio de mentalidad. Todos tienen derecho a participar en la obra del Reino. Y este derecho no nace de nuestra generosidad, sino que es algo que Dios mismo ha dado. Si Dios ha llamado a muchos a su obra, nosotros no somos quiénes para cerrar la puerta. Debemos reconocer la acción del Espíritu y permitir que en la comunidad todos participen por igual.
¿Somos conscientes de nuestras responsabilidades en la comunidad a la que pertenecemos? ¿Qué podemos hacer para facilitar la labor de los sacerdotes?
Por la lectura del santo evangelio, sean perdonados nuestros pecados.
¡amén!
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