LUNES 17 DE OCTUBRE/2011
PRIMERA LECTURA
DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS: 4, 19-25
Hermanos: La fe de Abraham no se debilitó a pesar de que, a la edad de casi cien años, su cuerpo ya no tenía vigor, y además, Sara, su esposa, no podía tener hijos.
Ante la firme promesa de Dios no dudó ni tuvo desconfianza, antes bien su fe se fortaleció y dio con ello gloria a Dios, convencido de que Él es poderoso para cumplir lo que promete. Por eso, Dios le acreditó esta fe como justicia.
Ahora bien, no sólo por él está escrito que "se le acreditó", sino también por nosotros, a quienes se nos acreditará, si creemos en aquel que resucitó de entre los muertos, en nuestro Señor Jesucristo, que fue entregado a la muerte por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación.
PALABRA DE DIOS.
¡TE ALABAMOS, SEÑOR!.
SALMO RESPONSORIAL. LUCAS 1
R/. “Bendito sea el Señor, Dios de Israel”.
El Señor ha hecho surgir en favor nuestro un poderoso salvador en la casa de David, su siervo. Así lo había anunciado desde antiguo, por boca de sus santos profetas.
R/.“Bendito sea el Señor, Dios de Israel”.
Anunció que nos salvaría de nuestros enemigos y de las manos de todos los que nos aborrecen, para mostrar su misericordia a nuestros padres y acordarse de su santa alianza.
R/.“Bendito sea el Señor, Dios de Israel”.
El Señor juró a nuestro padre Abraham que nos libraría del poder de nuestros enemigos, para que pudiéramos servirlo sin temor, con santidad y justicia, todos los días de nuestra vida.
R/.“Bendito sea el Señor, Dios de Israel”.
ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO (MT 5, 3)
R. “Aleluya, aleluya”.
Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.
R/.“Aleluya, aleluya”.
PROCLAMACIÓN DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS: 12, 13-21
¡GLORIA A TI, SEÑOR!
En aquel tiempo, hallándose Jesús en medio de una multitud, un hombre le dijo:
"Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia".
Pero Jesús le contestó:
"Amigo, ¿quién me ha puesto como juez en la distribución de herencias?".
Y dirigiéndose a la multitud, dijo:
"Eviten toda clase de avaricia, porque la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea".
Después les propuso esta parábola:
"Un hombre rico obtuvo una gran cosecha y se puso a pensar: '¿Qué haré, porque no tengo ya en dónde almacenar la cosecha? Ya sé lo que voy a hacer:
derribaré mis graneros y construiré otros más grandes para guardar ahí mi cosecha y todo lo que tengo. Entonces podré decirme: Ya tienes bienes acumulados para muchos años; descansa, come, bebe y date a la buena vida'. Pero Dios le dijo: `¡Insensato! Esta misma noche vas a morir. ¿Para quién serán todos tus bienes?'.
Lo mismo le pasa al que amontona riquezas para sí mismo y no se hace rico de lo que vale ante Dios".
PALABRA DEL SEÑOR.
¡GLORIA A TI, SEÑOR JESÚS!.
MEDITACIÓN
De manera diferente estos dos pasajes llegan a una conclusión similar:
la clave de la existencia radica en una relación confiada con Dios.
Abrahán no se desalentó ante su avanzada edad ni puso en tela de juicio la promesa divina que le aseguraba una gran descendencia. Se abrió sin temores a la esperanza.
En una perspectiva totalmente diferente, el relato evangélico exhibe la mezquindad de un terrateniente que consiguió una enorme cosecha y le apostó desmesuradamente a la cuantía de sus numerosos bienes Conclusión simplista y precipitada la suya.
La riqueza abundante no constituye un pasaporte para la vida perdurable. La vida es y será siempre, un don gratuito.
La comparación que Jesús propone para comprender la ficción que en nuestras mentes crea la riqueza, nos debe ayudar a comprender que el mayor bien humano es la vida en sí misma. Y que ésta no se alcanza acumulando cosas, sino ganando espacios donde ella florezca en todo su esplendor:
una sociedad justa, un ser humano nuevo, una naturaleza respetada y protegida.
POR LA LECTURA DEL SANTO EVANGELIO, SEAN PERDONADOS NUESTROS PECADOS.
¡AMÈN!
|