¿Acaso me sigue? O es que estoy enloqueciendo.
A donde voy veo su rostro pidiendo algo de mí, mi estadía… quizá.
Siento calor, ese calor enigmático que viene perseguido de un calor físico; ¡petulante cuerpo carnal que quiere lo que un cuerpo quiere!, maldita fiera animal que me priva de la poca…
pedí otro café, tal vez porque quiero alargar el evento, quizá porque sé que él está ahí, cruzando la calle frente a mí, y que sabe que al último sorbo soy suya. Lo sabe, lo sé, nadie dice nada, y aún no me traen mi café.
Siento miedo, ¡ese miedo maldito! ¡Tormento de mi respiración!
Enmudezco, sordamente, y no me queda otra cosa más que dejarme llevar por el, para él, con él a donde su instinto sabe llevar a las mujeres como yo, a las mujeres como yo…
cálidas al simple tacto, locas al primer roce, la primera caricia seca, lenta, susurrada; esa caricia susurrada que tanto adoramos, las mujeres como yo.
Porque divagamos al simple toque de demencia, enloquecemos al ver un marginado leyendo Cortázar; poesía visual, eso es lo que es.
Pero, ¿por qué? ¿Por qué te quedas viéndome así? ¿Por qué no haces nada, así?
Te observo parado frente a mí, inerte de sensibilidad. Tomo tu hombría
y al acercarla revives, me observas dubitativo, como si al verme olvidaras todo recuerdo de mi, como si no me conocieras.
¿Por qué esta indecisión? ¿No acaso querías que te tratara así? Que me pusiera tus pantalones y me contemplara en tu espejo, que me tomaras por la cintura y yo te abofeteara, que te deseara besar y me lo negara a mí misma.
Quieres acariciar mi feminismo, pero tu misoginia te lo impide; adoras los cuerpos de las mujeres, pero sólo tendrás el mío, porque soy tu amante, tu loca y tu puta y tú eres mío, como lo fueron muchos antes.
Me prohíbo quererte más de lo que tú a mí, porque te adoro, pero odio estar contigo; disfruto de la agonía de tu compañía y tengo esta maldita incertidumbre que no me deja dejarte, sin ti muere esta psicosis pasional a la que me he vuelto adicta.
Se acaba la tinta de mi pluma como tu ambición por la vida, la paciencia, la cama y lloro, con lágrimas secas lo que pudo ser esta noche.
Te agradezco, te homenajeo, te adoro y al mismo tiempo aborrezco esta verborrea que me hace sudarte hasta por los labios.
Me voy, te dejo seco, dubitativo, amándome y odiándome, así sufres mi feminismo y yo me aferro a tu misoginia.
Me observas, cruzando la calle hacia ti, sin saber las historias que cuento en estas páginas, delirios de ti, de nosotros, que nunca has escuchado y nunca lo harás.
Daniela Mendoza
SORBER.