REFLEXIÓN, PARA NUESTRO TIEMPO
Nadie realiza banquetes con desconocidos o extraños. Las comidas nos permiten reforzar vínculos con los comensales. Celebramos acuerdos, reencuentros, logros y metas. Las fiestas nos permiten integrarnos más estrechamente con los nuestros.
Los afectos nos motivan a acercarnos a los que amamos. En la lógica humana así procedemos. El evangelio nos invita a vivir abiertos a otra dimensión igualmente importante, la de la solidaridad franca y la gratuidad. Para un cristiano, todo necesitado es uno de los suyos.
No se trata de preparar cenas y desayunos para aparecer en la sección de sociales como promotores de la filantropía y la caridad. La mejor inversión, la más rentable de todas en la óptica del Reino, es compartir con aquellos que no pueden pagarnos. Mejor aún, es darnos y no contentarnos con dar nuestras cosas.
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Ketty
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