ELEGÍA
SOLO, con ruda soledad marina, se fue por un sendero de luna, mi dorada madrina, apagando sus luces como una pestaña de lucero en la neblina. El dolor me sangraba el pensamiento, y en los labios tenía, como una rosa negra, mi lamento. Las azules canéforas de la melancolía derramaron sus frágiles cestillos, y el sueño se dolía con la luna de lánguidos lebreles amarillos. Se pusieron de púrpura las liras; las mujeres, en hilos de lágrimas suspensas, cortaron las espiras blandamente aromadas de sus trenzas. Y al romper mis quietudes vesperales lo gris de estas congojas, las oí resbalar como a las hojas en los rubios jardines otoñales. Apaguemos las lámparas, hermanos. De los dulces laúdes no muevan el cordaje nuestras manos. Se nos murieron las siete virtudes, al asomar los finos labios del amanecer. ¡Ponga Dios una lenta lágrima de mujer en los ojos del mar!
SORBER. |