Cubría tu imagen un tupido velo,
tejido con odio, rechazo y despecho,
se rompió en mi sueño, volviste a mi lecho,
y brilló en la noche tu rostro en mi cielo.
Desperté feliz, gozando el consuelo
de amar tu presencia y aceptar el hecho
que vivo muriendo por tu ruin cohecho
de risas, caricias, dolor y recelo.
De nuestra pasión, de nuestra amargura,
de tu frialdad, de mi amor ardiente,
de tu sensatez y de mi locura,
quedó un buen recuerdo: una ilusión pura,
un fértil oasis en mi arena ardiente,
un lúcido sueño en mi noche oscura.