Con el rostro enlodado, en un rapto de furia celosa
levanto el acta de mi piel. Esta piel mía, fantasmal y tensa, que envejece sola. Hay respuestas, condenas, hay nacimientos y heridas de clavos que algo significan. Mas ni eso, ni la elevación del cáliz encendido muerte y muerte del hombre por el hombre, anuncian paz. Como puede verse, en el hospital terrestre las consignas son crueles y la más cruel, la más extensa, ordena convertir el grito en injuria desolada. Con todo, y sin los subterfugios usuales me confieso que estoy muerto. ¡Contento Señor! Pues me llevas como a un enfermo evangélico, como a un paralítico, cuya sangre indecisa derramada en el camino es un ojo indeciso y humeante. Yo nada he sustituido, Pues en rigor mi permanencia fue oscura. Y luego, cuando el paso y la caída esfumaron en verdad mi piel no pregunté si el infalible beso, fue de un ángel vengativo o de un simple loco. He tratado de decir, que el occidente está enfermo de materia y de ironía. ALBERTO GIRRI SORBER. |